Jorge
Riechmann, después de la entrevista.
MANOLO
FINISH
26
DE SEPTIEMBRE DE 2017
Profesor de Filosofía
moral en la Universidad Autónoma de Madrid, traductor, poeta, ensayista y
miembro de Ecologistas en Acción, Jorge Riechmann (Madrid, 1962) desgrana un
buen puñado de reflexiones incómodas sobre un modelo de vida que dirige a la
humanidad hacia el despeñadero. En su libro Autoconstrucción cataloga el siglo XXI como “la era de la gran
prueba” porque, según dice, “somos la primera generación que entiende
perfectamente lo que está pasando con el clima y posiblemente seremos la última
que pueda evitar la catástrofe hacia la que nos dirigimos”. Lo suelta a
bocajarro, como un puñetazo entre los ojos. Consciente de que el pesimismo en
estos tiempos de oscuridad tiene cada vez menos adeptos, Riechmann censura sin
ambages la mercadotecnia del “buenismo” de la que hace gala el sistema
convocando grandes cumbres climáticas en las que a muchos se les llena la boca
con compromisos medioambientales y “energías verdes” pero luego estigmatizan a
los movimientos ecologistas como ingenuos apestados. La realidad que dibuja es
desoladora. Todo está en contra del planeta pero, frente a eso, no cabe la
resignación. “Aún podemos actuar contra este modelo de producción salvaje
porque no está sujeto a ninguna ley física, como lo está la naturaleza, que
impida cambiarlo”. Es el mínimo espacio que este investigador apasionado deja
abierto a la esperanza.
¿Tiene
solución el planeta?
Pienso que sí. Lo que
no tiene sentido es intentar salvarlo interviniendo sobre el consumo y dejando
intacta la voraz cultura productiva. Ambas variables caminan de la mano aunque
no valga sólo con esto. Por nuestro comportamiento depredador con los recursos
naturales y la biosfera habría que hablar también del extractivismo y, a mi
modo de ver, también del exterminismo, una noción acuñada por el historiador
británico E. P. Thompson para explicar la estructura del mundo a finales del
siglo pasado, cuando las dos superpotencias nucleares enfrentadas amenazaban
con aniquilar cualquier rastro de vida en el planeta.
La
medida referencial del éxito de un sistema es el PIB. Si crece significa que
las cosas van bien y hay esperanza de una vida mejor.
Es la locura típica de
una cultura denegadora como la nuestra. Digo denegar porque va más allá de
ignorar lo que pasa y es no ver lo que tenemos delante de los ojos. Significa
que no nos hacemos cargo de las consecuencias de seguir chocando contra los
límites biofísicos de manera violenta. Nos hacen creer que vivimos en una
especie de Tierra plana en la que podemos avanzar de manera infinita porque los
recursos naturales son inagotables y la capacidad de absorción de la
contaminación es ilimitada. Esto es una fantasía porque las leyes de la
naturaleza, de la física, de la dinámica de los seres vivos nunca podremos
cambiarlas, por grandes que sean nuestras ilusiones al respecto.
“El
calentamiento global, siendo una realidad devastadora, es sólo la manifestación
de otras dinámicas que deberíamos atajar si queremos evitar el apocalipsis
climático hacia el que nos dirigimos”
Pero
las grandes cumbres climáticas aseguran haber empezado medidas drásticas para
evitar el apocalipsis. ¿Qué credibilidad concede a sus decisiones?
El calentamiento
global, siendo una realidad devastadora, es sólo la manifestación de otras
dinámicas que deberíamos atajar si queremos evitar el apocalipsis climático
hacia el que nos dirigimos. Nuestro principal problema ambiental es la
extralimitación ecológica, el choque de las sociedades industriales contra los
límites biofísicos de la Tierra. Si utilizamos la herramienta de la huella
ecológica como indicador del impacto ambiental generado por la demanda humana
podemos observar que, en la actualidad, consumimos los recursos inexistentes de
1,5 planetas Tierra. Y eso a pesar de las carencias y desigualdades que asolan
a buena parte de la humanidad. Dicho de una forma más didáctica: si quisiéramos
generalizar al resto del mundo el modo de vida de los españoles necesitaríamos
tener 3 planetas como la Tierra a nuestra entera disposición. Y si quisiéramos
generalizar el de EEUU, que muchas veces ponemos como ejemplo de éxito,
necesitaríamos 6. Es una locura que emana de esa construcción económica de
tierra plana de la que hablaba antes.
Entonces,
¿qué empuja al mundo a seguir enalteciendo el crecimiento económico pese a
saber que conduce a la destrucción?
El capitalismo, cuya
dinámica es autoexpansiva y deniega cualquier salida alternativa. Para hacer
frente al cambio climático deberíamos cuestionarnos antes los resortes básicos
del capitalismo, algo que parece prohibido. Por eso digo que las cumbres
mundiales sobre el calentamiento global no son realmente efectivas sino más
bien ejercicios de diplomacia teatral.
¿No
sirven para nada?
Confunden a la opinión
pública. La prueba es que los grandes expertos en el cambio climático como
James Hansen, a quien podríamos considerar el climatólogo jefe del planeta,
calificó de farsa la cumbre celebrada en París. Se intenta poner un límite a
las emisiones a la atmósfera de gases de efecto invernadero pero los límites
son absolutamente incompatibles con el sistema productivista actual. Aunque el
síntoma sea el calentamiento climático, la enfermedad se llama capitalismo.
¿Por
qué el movimiento ecologista, cuya expresión política llegó a gobernar en
países como Alemania, es descalificado hoy por muchos gobiernos?
Ojalá fuéramos
descalificados un poco más porque así seríamos mucho más fuertes y activos. La
realidad es que las descalificaciones son un indicio de una situación
paradójica: aunque la percepción generalizada es que el mundo se ha comprometido
en la lucha contra el cambio climático, eso no es así. Sabemos que desde los
años 60 y 70 había evidencias sobre cuál era la dinámica del sistema y los
límites del crecimiento pero los mismos a los que hoy se les llena la boca con
la lucha contra el cambio climático decidieron poner en marcha toda una campaña
global para impedir que se tomaran las decisiones correctas. Bastaría con leer
un libro de Sicco Mansholt, un socialdemócrata holandés que era presidente de
la CEE cuando en los años 1972 y 1973 se produjo el primer choque petrolero
mundial, en el que aboga por un cambio radical en las estructuras de producción
y consumo que hoy serían catalogadas como radicales y peligrosas.
“Los
grandes expertos en el cambio climático como James Hansen, a quien podríamos
considerar el climatólogo jefe del planeta, calificó de farsa la cumbre celebrada
en París”
¿Cuándo
se quiebra ese proceso de sensibilización medioambiental?
En los años 80, con la
fase neoliberal del capitalismo. Desde entonces, el retroceso ha sido constante
pese al aumento de lo que algún experto denomina sosteni-blabla, es decir,
mucho discurso, mucha cháchara, mucha propaganda y mucha estrategia de
comunicación sobre energía verde. Pero la realidad vuelve a ser demoledora: la
acción brilla por su ausencia y los planteamientos de fondo, incluso aquellos
realizados por gente del establishment como Sicco Mansholt, son
estigmatizados por rechazar el dogma del crecimiento infinito.
¿Estamos
a tiempo de frenar el cambio climático?
Hemos llegado a un
punto tal que lo que hace 30 años hubieran sido estrategias de cambio gradual
ahora ya no están a nuestro alcance. Para hacer frente al calentamiento global
necesitamos salir a toda prisa del capitalismo salvaje en el que hoy nos
movemos.
¿Cree
que el mundo está dispuesto a renunciar a esos principios económicos pese a
conocer los riesgos?
Los cálculos teóricos
realizados por investigadores canadienses sobre las opciones que resultarían de
respetar los límites biofísicos de la Tierra indican que, por ejemplo, el
parque móvil de un país como España, que tiene 15 millones de coches, debería
ser de unos 180.000 vehículos con motor de combustión. Pero claro, eso es
inaceptable en términos industriales. El caso es que, si no se acepta esta
realidad, no hay lucha alguna contra el cambio climático.
¿Quiere
decir que la humanidad está condenada si no renuncia al modo de vida
capitalista?
Ya decía antes que las
leyes de la naturaleza existen y son las que son. No podemos cambiarlas pese a
la ilusión que albergamos de que una especie de tecnociencia omnipotente
conseguirá derrotarlas. Donde podemos actuar, en cambio, es contra la
organización de nuestro modelo de vida que no está sujeto a ninguna ley
física.
¿Qué
impide cambiarlo?
Que no nos creemos lo
que sabemos. Si fuéramos capaces de hacerlo, tomaríamos decisiones racionales
para cambiar un modelo que nos lleva a la destrucción. Para que esto se
produzca nos haría falta un enorme ejercicio de reforma intelectual y moral. El
problema es que nuestras sociedades están organizadas contra eso.
Fatídicamente, el neoliberalismo se impuso con sus ideas aberrantes de que todo
depende de los gustos y preferencias individuales, y que igualdad y libertad
son dos principios contrapuestos, cuando una mínima reflexión indica que es una
falacia. Necesitamos bienestar humano pero necesitamos que sea compatible con
los límites biofísicos del planeta. Somos la primera generación de la historia
que entiende perfectamente lo que está pasando y posiblemente seremos la última
que pueda evitar la catástrofe hacia la que nos dirigimos.
AUTOR
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