Es un agente regulador dentro del
ciclo del carbono, con un papel fundamental en el equilibrio de los niveles de
CO2 presentes en la atmósfera. La degradación sistemática que sufre, debido a
la explotación inadecuada, genera procesos contaminantes
CARLOS HERNÁNDEZ
EUGENIO
CELEDON
7
DE JULIO DE 2017
A la hora de hablar de cambio
climático, con frecuencia tendemos a relacionar este fenómeno con imágenes de
grandes plantas de producción industrial, atascos kilométricos o boinas de
contaminación que cubren el cielo de las grandes ciudades. Sin embargo, existe
una importante omisión que subyace bajo la idea que identifica la quema de
combustibles fósiles como única causa del avance del calentamiento global. La
acción del suelo, como agente regulador dentro del ciclo del carbono, le otorga
un papel fundamental en el equilibrio entre los niveles de CO2 presentes en la
atmósfera y el volumen de carbono acumulado en la superficie terrestre en forma
de materia orgánica. De esta forma, la degradación sistemática que sufren gran
parte de nuestros suelos, debido a la explotación inadecuada de los mismos,
genera mediante la modificación de este balance captura/emisión, procesos
contaminantes directamente responsables de en torno al 20% de la polución total
por CO2, el 60% por metano y hasta el 80% de óxido nitroso --todos ellos gases
de efecto invernadero--, según datos del Intergovernmental Panel on Climate
Change. Una realidad ignorada por las instituciones gubernamentales y aún
desconocida por gran parte de la opinión pública.
Como parte de su proceso vital,
la vegetación propia de los suelos capta el carbono que conforma el CO2
presente en la atmósfera, la luz solar y el agua, y lo transforma mediante la
fotosíntesis en carbono orgánico que pasa a formar parte de la composición de
la planta. Parte de ese carbono vuelve a emitirse de nuevo a la atmósfera
convertido en CO2 mediante la respiración de los animales que ingieren dicha
vegetación como alimento. Y otra parte pasa a incorporarse al suelo en forma de
materia orgánica con la muerte de fauna y flora, sirviendo de alimento para los
descomponedores del suelo (bacterias y hongos). Un suelo rico en materia
orgánica muerta,que se mantiene fértil y estable, supone un inmejorable
almacén de carbono con capacidad de taponar su emisión en forma de CO2. Logra
paliar así sus efectos contaminantes al retenerlo en forma de materia orgánica.
No obstante, los cambios del uso
del suelo, y su consecuente degradación a causa de la acción del hombre,
provocan una pérdida progresiva de la materia orgánica acumulada. Lo que acaba
por traducirse en una transformación de la función original del suelo. Así,
este pasa de actuar como un almacén natural de carbono a convertirse en emisor
activo de CO2 atmosférico. Este proceso provoca, por tanto, una inversión de la
función del suelo como sumidero de carbono a través del que se ‘secuestraba’
parte del CO2 atmosférico. Esta función lo convierte en uno de los factores más
importantes a tener en cuenta en la lucha contra el cambio climático. Según
advierte la organización Ecologistas en Acción, las emisiones de gases de
efecto invernadero procedentes de la agricultura, silvicultura y pesca se han
duplicado en los últimos 50 años, y se estima que podrían aumentar un 30% más
hasta 2050 en caso de no tomarse medidas al respecto.
Las causas de la degradación del
suelo son diversas, pero todas relacionadas con una explotación irresponsable
que afecta a más de 30% de la superficie terrestre en el mundo. Entre ellas,
destacan la deforestación de espacios naturales y su conversión en terrenos de
explotación agraria o ganadera, el excesivo arado y laboreo de la tierra, la
quema de rastrojos, y el sellado e impermeabilización con motivos urbanísticos.
Todos estos procesos, de carácter eminentemente industrial, son responsables de
fenómenos de erosión, acidificación y contaminación química del suelo.
La solución pasa, según el
eurodiputado de Equo Florent Marcellesi, por revertir un “modelo agrícola
equivocado”, basado las explotaciones sobremecanizadas, el uso excesivo de
pesticidas y compuestos químicos contaminantes, y los monocultivos de carácter
extensivo. La concentración de tierras en manos de grandes propietarios se
vincula a este modelo de explotación agrícola cada vez más extendido en países
del centro y sur de Europa. En Andalucía, más de un 50% de la tierra pertenece
a tan sólo un 5% de los propietarios.
Para Marcellesi, las políticas
impulsadas por la UE para establecer una estrategia común en esta materia han
resultado hasta el momento “descoordinadas y faltas de coherencia” a expensas
de una directiva comunitaria firme y consensuada. “Hay que reconocer los suelos
como bien común, y diseñar una marco común que permita coordinar los esfuerzos
a nivel europeo y estatal”, apunta el eurodiputado. “Se identifican y reconocen
los problemas que afectan a la biodiversidad y la salud humana, pero no se
logra alcanzar un acuerdo en ese sentido”. Alemania, con el apoyo de
Francia y Reino Unido, logró que se retirase en 2014 la directiva europea sobre
este asunto, establecida en 2006 en la estrategia climática sobre suelo y
paralizada en 2010. Según Marcellesi, bajo la influencia las grandes
multinacionales agrícolas alemanas y la apelación al carácter subsidiario de la
normativa por parte de sus lobbys.
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Espacio de información realizado
con la colaboración del Observatorio Social de “la Caixa”.
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AUTOR
Carlos Hernández
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