En la Cumbre de Hamburgo se
reúnen economías industrializadas y potencias emergentes, con visiones y
prioridades distintas. La irrupción de Trump y sus declaraciones sobre el
Acuerdo de París pueden tener un efecto desestabilizador en la cooperación
común
TERESA RIBERA
Los líderes políticos del G20
durante la anterior cumbre, celebrada en China en septiembre de 2016.
CASA
ROSADA
7
DE JULIO DE 2017
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Durante el fin de semana del 8 y
9 de julio los líderes del G20 se reúnen en Hamburgo bajo la presidencia de la
canciller Angela Merkel. Será la primera vez que Donald Trump acuda a un foro
internacional equivalente desde su anuncio del abandono del Acuerdo de París
sobre clima (anuncio hecho, precisamente, tras volver de la Cumbre del G7).
La cita tiene gran importancia
por varios motivos. Será la ocasión de tomar el pulso a la voluntad real y
actualizada de los líderes de las 20 economías más grandes del mundo en torno a
dos temas clave para el devenir de todos: ¿mantienen su compromiso con la
construcción de un modelo cooperativo para gestionar los desafíos comunes?,
¿están dispuestos a avanzar realmente en la transformación de la economía
global de acuerdo con aquello a lo que se comprometieron en 2015 –esto es,
desarrollo sostenible y un futuro sin emisiones de gases de efecto invernadero
y resiliente a los efectos del cambio climático--?
El G20 no es un foro sustitutivo
de nada, pero sí un referente informal importante que puede desempeñar un papel
clave en la orientación y el entendimiento de los problemas a los que se
enfrenta la economía global y, como tal, un espacio para facilitar soluciones,
compartir experiencias y adelantar el trabajo que después habrá de acometer
cada cual en sus diferentes ámbitos de decisión.
Desde finales de 2015 se vienen
reforzando en la agenda del G20 los trabajos sobre cambio climático y las
propuestas para reconstruir el sistema financiero de modo que se asegure su
coherencia con los objetivos del desarrollo sostenible. Es más, la presidencia
anterior, China en 2016, hizo de las finanzas y el crecimiento verde el centro
de atención del año y la presidencia actual, Alemania, viene trabajando desde
enero de 2016 para garantizar una cumbre exitosa en 2017 de la que obtener las
orientaciones políticas más relevantes para abordar los desafíos climáticos
cuya respuesta no fue posible obtener en París.
Merkel ha hecho de la
descarbonización de la economía, la correcta evaluación de riesgos financieros
asociados al cambio climático y la revisión de los instrumentos financieros que
faciliten la inversión en las infraestructuras compatibles con un desarrollo
sostenible bajo en carbono los ejes centrales del despliegue técnico y
diplomático de la administración alemana. Contaba para ello con la inestimable
ayuda de un exitoso 2015, una administración americana comprometida con el
multilateralismo y con la Agenda 2030, un liderazgo chino dispuesto a asumir nuevas
responsabilidades en la agenda global y una clarísima demanda de la industria,
los inversores y los ciudadanos para acelerar un cambio imprescindible para
todos.
Además, el calendario le permitía
disponer de las propuestas de la task force del Financial Stability
Board que, cumpliendo el mandato recibido hace casi 2 años, intenta facilitar
criterios metodológicos sobre cómo evaluar y reportar riesgos financieros
asociados al cambio climático y estrategias para su reducción. Por primera vez,
hay una propuesta clara y oficial --más allá de algunas regulaciones nacionales
preexistentes--, que responde a la consideración del cambio climático como un
riesgo sistémico para la economía global. Se calcula que el 11% de los mercados
de equity y el 15% de los mercados de bonos a nivel mundial pueden ser
“tóxicos” por estar directamente vinculados al valor de combustibles fósiles.
Su valor supera al de las hipotecas vinculadas al estallido de la crisis de
las subprime. La misión fundamental del G20 es anticipar y prevenir
riesgos sistémicos para la economía mundial y este desajuste entre el valor
atribuido a los combustibles fósiles y su compatibilidad con la seguridad
climática es uno de ellos.
2017 es un buen año para tener
esa conversación. Las contribuciones nacionales en materia de clima anunciadas
en París debieran haber iniciado su andadura y en 2018 se ha de aprobar una
serie de informes especiales del IPCC (Grupo Intergubernamental de Cambio
Climático en sus siglas en inglés) que inaugurarán las discusiones oficiales
sobre cómo incrementar el nivel de ambición colectiva para lograr cumplir el
objetivo que nos hemos fijado: que la temperatura media del Planeta no suba más
de 2ºC o, incluso, dejar el aumento por debajo de 1.5ºC. Las evidencias del
cambio climático son crecientemente abrumadoras y la necesidad de una
implicación a fondo por parte de los líderes de cada Estado son más que
evidentes. Sólo con la firme voluntad política de primeros ministros y jefes de
Estado es posible abordar en tan poco tiempo aquello que necesitamos y para
vislumbrar y orientar los pasos de lo que viene después –tres años clave para
integrar lo ya comprometido y sentar las bases de una verdadera transformación
del modelo y una cita ulterior para revisar al alza los compromisos--. En los
próximos 20 años, la economía global debería crecer alrededor de un 20% para
acomodar al crecimiento demográfico, pero en ese mismo periodo de tiempo se
requiere una reducción de al menos un 20% en términos absolutos de las
emisiones globales actuales (2017) de gases de efecto invernadero. Será
imprescindible facilitar un crecimiento sostenible, pero dada la escala
temporal del desafío, será también imprescindible desincentivar activamente los
comportamientos, inversiones y modos de producción más nocivos para el sistema
climático.
Merkel, personalmente
comprometida con la agenda, entendió que era su obligación impulsar una
discusión al máximo nivel político en la Cumbre de Hamburgo y que, para ello,
el G20 debía, en primer lugar, culminar su compromiso y trabajo de años para la
completa eliminación de subsidios a combustibles fósiles. Era importante
también que los distintos países pudieran disponer de cuantos más instrumentos
e información mejor sobre las sendas de crecimiento compatibles con estos
objetivos, los desafíos y las dificultades para conciliarlos con las prioridades
domésticas, las inconsistencias con el sistema financiero, la necesidad de
múltiples alianzas para asentar el cambio, etc. Esto explica la inmensa
implicación de organismos técnicos como la OCDE, la AIE, el IRENA, el
despliegue de think tanks y académicos, la atención prestada a
organizaciones civiles y sindicatos y la inmensa implicación de la empresa y
las fundaciones alemanas en una tarea de acompañamiento llamada a facilitar una
mejor comprensión de los problemas pendientes y las posibles soluciones a los
mismos.
Todo estaba listo y llegó Trump.
Y con él la incertidumbre sobre cómo gestionar su imprevisibilidad. A
diferencia del G7, formado por países muy similares entre sí y con una dilatada
trayectoria de cooperación, en el G20 se reúnen economías industrializadas y
potencias emergentes, con visiones y prioridades distintas. Todos ellos han
respaldado los principios y decisiones de un nuevo orden global basado en la
cooperación y la prosperidad compartida, representada por la Agenda 2030 y el Acuerdo
de París, entre otros. Pero la irrupción de Trump puede tener un efecto
desestabilizador. Por ahora las reacciones a sus declaraciones sobre el Acuerdo
de París han sido extraordinariamente activistas y positivas, tanto dentro como
fuera de las fronteras americanas. Pero no hemos oído a Putin, ni a Erdogan ni
a Arabia Saudí. Y sí hemos visto extraños y peligrosísimos movimientos del
presidente americano en torno a Qatar, Israel y Corea del Norte. ¿Tendrá alguna
incidencia en una Cumbre que ya se adivinaba de 19+1? Hasta el final, no lo
sabremos. Y mientras, Merkel se enfrenta al mayor desafío diplomático de toda
su vida política. Ella lo sabe. Como también el resto de países que, no
perteneciendo al G20, están pendientes de lo que allí ocurra y en función de
ello (re-)ajustarán el nivel de confianza y respeto que cada uno de los grandes
les merece y el grado de credibilidad que otorgan a la anunciada voluntad de
construir un futuro en común, basado en la cooperación y la solidaridad.
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Teresa Ribera. Directora del
Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales (IDDRI). París.
AUTOR
Teresa Ribera
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