En América Latina, los
jóvenes tienen más acceso a la educación que la que tuvieron sus padres, pero
su baja calidad no contribuye a la movilidad económica
Buenos Aires 17 OCT 2017 - 20:05 CEST
Hoy más niños asisten a la
escuela que sus padres. BANCO MUNDIAL
¿Por cuánto tiempo
fueron tus padres a la escuela y por cuánto tiempo fuiste tú? ¿Estás estudiando
en la universidad? ¿Tus padres pudieron hacerlo? ¿Tu situación económica es
mejor que la de ellos? Muchos dicen que las comparaciones son odiosas, pero en
estos casos son más que necesarias. Responder a estas preguntas permite
analizar cuánto ha avanzado, o no, una generación con relación a la anterior.
El análisis más
reciente sobre la pobreza realizado
por el Banco Mundial, señala que la movilidad económica intergeneracional
mejoró en América Latina y el Caribe, impulsada principalmente por la gran
expansión del acceso a la educación.
De acuerdo con este
análisis, la región presenta uno de los mejores resultados en términos de
movilidad intergeneracional absoluta, es decir, la proporción de individuos con
más educación que sus padres. Sin embargo, sigue estando rezagada respecto a
otras regiones en desarrollo en cuanto a movilidad relativa: aquellos que nacen
en familias de padres con menos educación son mucho más propensos a ser los
menos educados de su generación.
Ahora ¿han logrado
estos esfuerzos cerrar brechas desde el punto de vista de desigualdad e
inclusión? Las comparaciones deben seguirse haciendo, esta vez entre las
personas de una misma generación. Aunque se han logrado progresos
significativos en acceso a la educación, también es cierto que este sigue
siendo un problema para los más pobres, en especial en las áreas rurales y en
las minorías.
“A pesar de que la
asistencia a la escuela primaria se ha vuelto casi universal en toda la región,
sigue habiendo diferencias importantes en la educación temprana, así como en la
educación secundaria y terciaria. Entre los niños de 3 años, solo la mitad de
los hogares del quintil más pobre asiste a la escuela. Para los niños del
quintil de ingreso alto, la proporción es del 90%. También hay una brecha
importante en la educación secundaria y terciaria. Mientras que solo el 20% de
los adultos pobres de 21 años estudian, los del quintil más rico lo hacen tres
veces más”, señala el estudio.
Además del acceso a la
educación, la otra gran pregunta es: ¿más años de educación han colaborado en
crear individuos más educados? El estudio señala que los hijos de padres menos
educados son significativamente más propensos a ser los menos educados en sus
propias generaciones.
El acceso a la
educación por sí solo no es suficiente. Si no se diseñan y ejecutan acciones
para mejorar la calidad de la educación el ciclo de la pobreza
intergeneracional continuará, según los autores del estudio.
Señalan que los
estudiantes de hogares más pobres también enfrentan disparidades adicionales en
la calidad de la educación a la que tienen acceso. Esto contribuye a resultados
de aprendizaje más pobres, como se muestra en las pruebas estandarizadas. Por
ejemplo, los antecedentes socioeconómicos de un estudiante tienen un impacto
mayor en los resultados de los exámenes de los estudiantes en los países de
América Latina y el Caribe que en los países de otras regiones.
Justamente, el tema de
cómo crear políticas educativas que permitan mejorar la calidad y hacer
realidad la promesa de la educación protagoniza el reporte de desarrollo mundial 2017 del Banco Mundial.
No apuntar hacia esta
necesidad hace más cuesta arriba la meta de poner fin a la pobreza. Hoy, en el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, es
importante poner el tema como una prioridad: una mejor educación, tanto desde
el punto de vista de acceso como de calidad, colaboran con el crecimiento del
capital humano que necesita la región para alcanzar un crecimiento sostenible
que redunde en el bienestar de sus 600 millones de habitantes.
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Marjorie Delgado es
productora online del Banco Mundial
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