1. Delgado Aparicio es
un cineasta autodidacta.
Renzo Gómez
Domingo, 13 de Agosto
del 2017
Las grietas entre
padres e hijos, tan de moda en la literatura nacional más reciente, son la
base, cual cedro, de Retablo,
una de las novedades más agradables de la 21 edición del Festival de Cine de Lima.
Fue filmada
íntegramente en Ayacucho, en
pueblitos como Rancha, Llunchi o Huacaurara, fuera y dentro de Huamanga. Su
director, Álvaro Delgado Aparicio, psicoanalista organizacional de lunes a
viernes, tuvo un propósito que nada tenía que ver con el ande: su fijación por
las dinámicas familiares y cómo la herencia puede transformarse en una carga de
compleja liberación.
Su cortometraje El acompañante (2013), exhibido en
festivales diversos y mimado por la crítica, fue su punta de lanza.
El embrión, un guión
que había titulado como El retablo
de los sueños, decantó en un proyecto más ambicioso.
Contactó a Héctor Gálvez, director de NN, y
trabajaron el guión a cuatro manos. A medida que amalgamaban ideas aparecían
los retablos, esas cajas de madera que atesoran cofres con pequeños campesinos,
músicos, mujeres embarazadas y divinidades.
Delgado Aparicio, quien
conoció a una familia de artesanos ayacuchanos afincados en San Juan de Lurigancho mientras
grababa El acompañante, decidió que era preciso trasladarse hasta la 'Ciudad de
las 33 Iglesias'.
Hasta aquel momento el
cine era un pasatiempo al que le dedicaba un par de semanas al año. Luego, una
pasión a la que se resiste cada vez menos.
Después de capacitarse
un par de años en Estados Unidos se
mudó a Ayacucho, en setiembre de 2015, sin saber que se quedaría diez meses.
Los primeros seis meses
fueron para elegir locaciones, y conformar el elenco.
La historia trataría esta
vez del amor entre un padre y un hijo, de la homosexualidad de uno de ellos
(percibida casi como un delito en un entorno ultraconservador), y de la
herencia, cómo no, del oficio de fabricar universos con una pasta hecha de papa
hervida y yeso.
Quechua
chanka
La gran búsqueda fue
quién encarnaría a Segundo Páucar, el hijo. El exhaustivo casting recorrió
pueblitos. Finalmente, entre 650 adolescentes, Junior Bejar, un muchacho sin
antecedentes actorales pero con cualidades innatas, convenció al director de
arte, Eduardo Camino.
El coprotagonista, Noe
Páucar, el retablista, recayó en manos de Amiel Cayo, un puneño que además de su experiencia en tarima
contaba con un plus: era artesano de máscaras, y encima había sido campesino
buena parte de su infancia.
Faltaba ahora hallar a
Anatolia, la madre. Las circunstancias confabularon: Magaly Solier, quien vive desde hace
unos años en Huanta, invitó a tomar desayuno a la productora Enid Campos, a
quien conocía de largometrajes anteriores, y al director.
La interacción entre Magaly y sus dos hijos fue
suficiente para quedarse con el papel.
Todavía en la etapa de
preproducción, un rasgo se caía de maduro: los protagonistas hablaban quechua.
En suelo ayacuchano y
metiendo las narices en un patrimonio cultural tenía sentido apostar por el
idioma de los andes.
Surgió un problema, sin
embargo: Amiel Cayo, originario
de Puno, naturalmente hablaba
el quechua colla. Mucho más gutural y menos adornado que el chanka. Llevó
clases para alinearse con sus compañeros.
El rodaje que duró
entre abril y junio de 2016 se ensayaba, primero, en español, y se grababa
luego en quechua.
Un
tabú
En un país dominado por
corrientes religiosas y arcaicas que consideran a la homosexualidad poco menos
que una monstruosidad, Retablo hunde la espada.
"Increíblemente
todavía es un tema tabú. He visto cómo amigos muy cercanos han padecido esta
ignorancia, y es muy penoso. Este es nuestro aporte sincero", dice Amiel Cayo.
Para el crítico de
cine, Héctor Turco la película se inmiscuye en el tema de un modo sutil y
elegante. "No es el motor principal sino más bien un detonante que se
extenderá a lo largo de todo el relato para desarrollar el amor paterno-filial
ante lo adverso".
Retablo, cuyos detalles
técnicos se afinaron un par de semanas antes del Festival de Cine de Lima -única cinta peruana en competir en
la categoría Ficción-, se valió de la DAFO y un par de festivales, además de
una intensa campaña de crowdfunding (recolectaron 60 mil dólares) para
financiarse.
-¿Qué tan difícil fue
sumergirse en el mundo andino siendo un limeño sin acercamientos previos?
-El reto no fue ser un
foráneo sino cómo conectar con un grupo humano para contar una historia.
Además, conformé un elenco donde la mayoría provenía de la sierra y era
quechuahablante. Todos ellos nutrieron la trama.
-¿Qué simbolizan los retablos
para usted?
-Son portales que nos
llevan a mundos que solo conocemos mientras más los contemplamos. Poner en
valor este aparato folclórico ha sido otro de los retos que nos propusimos y
creo que lo hemos logrado.
Un retablo es un portal
que te lleva a mundos que solo conoceras mientras más lo contemples”. Álvaro
Delgado. “En el Perú, pero sobre todo en la sierra, la cuestión homosexual es
un tabú. Este es nuestro aporte”. Amiel Cayo.
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