David Cox
BBC Future
24 agosto 2017
En
2002, Ian Thompson, especialista en reconstrucción facial en King´s College de
Londres, recibió una llamada urgente.
Un hombre de unos 30 años había sido atropellado por
un auto fuera de control.
El impacto lo catapultó sobre el capó, destrozándole
la cara y fracturando en múltiples fragmentos el delgado hueso que forma la
cuenca del ojo en el cráneo.
"Sin esa cavidad, tus ojos se retraen hacia el
interior del cráneo, como un mecanismo defensivo automático", explica
Thompson.
"El paciente sufría de visión borrosa y pérdida
de foco. Perdió la capacidad para percibir colores. Trabajaba en el servicio
técnico de aviones y nunca más podría diferenciar un cable rojo de uno azul.
Prácticamente no pudo trabajar en tres años".
Hueso
por hueso
Desde el accidente, los cirujanos trataron
desesperadamente de reconstruir esa zona del hueso, para colocar el ojo en la
posición correcta.
Primero utilizaron implantes y luego fragmentos de huesos de las costillas del propio paciente. Pero ambos
intentos fracasaron.
Las intervenciones desencadenaron infecciones, causándole mucho dolor.
Cuando colocas biovidrio en el cuerpo, comienza a
disolverse y a liberar iones, los cuales se comunican con el sistema
inmunológico para decirle a las células qué deben hacer"
Julian Jones, King´s College
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