Amenazas, muerte y
persecución es el precio de vivir del campo en muchos países de América Latina.
La Vía Campesina reunió a sus principales lideresas para tejer alianzas
internacionales
Yasmin Beczabeth López,
parte de la dirección del Consejo para el Desarrollo de la Mujer Campesina
(Codimca).
Derio (Bizkaia) 28 AGO 2017 - 07:47 CEST
Yasmin, Deolinda e
Iridiani comparten un mismo sueño: vivir en el campo y del campo en cada uno de
sus países de nacimiento. Un sencillo sueño que les ha acarreado ser
amenazadas, ver quemadas sus casas e incluso el asesinato de compañeras y
familiares. Es el precio de ser campesina en América Latina y durante el mes de
julio tejieron alianzas internacionales para que su sueño no se convierta en
pesadilla. La VII Conferencia Internacional de La
Vía Campesina celebrada en Derio, Bizkaia, reunió a más de 500 líderes
campesinos de 43 países y en especial de organizaciones de mujeres y de
jóvenes. “Si tenemos que dar la vida para asegurar la de otros, pues habrá
merecido la pena”, señala Yasmin Beczabeth López (San Pedro Sula, Honduras, 1987) durante su visita
a Europa para participar en el intercambio de experiencias con otras
organizaciones.
Cada mes, Yasmin debe
teclear una clave en su teléfono móvil para revisar si se lo han vuelto a
pinchar. Ella es parte de la Coordinación General del Consejo para el
Desarrollo de la Mujer Campesina en su país (Codimca) y vela
por la formación política de 6.000 personas en ocho departamentos diferentes de
Honduras. Entre sus objetivos está conseguir la titularidad de las tierras
también para las mujeres, denunciar los casos de violencia doméstica y
fortalecer su actividad agroecológica. “La persecución al movimiento campesino
en Honduras es total y en especial sobre las lideresas”.
Al término de una
reunión en Lempira, región al oeste del país, asesinaron este año a una de sus
compañeras, Adriana García de 59 años. “Al principio nos amenazaban los maridos
de las mujeres que empoderábamos. Después el propio Ministerio. Ahora también los
empresarios”, denuncia. Pero su tono de voz sigue siendo suave, su mirada no se
apaga cuando recuerda a las que ya no están. “Ya no tenemos miedo. Si cumplen
las amenazas y ha servido para que otras vidas no se pierdan, pues habrá
merecido la pena”, repite. Es la realidad en la que ha nacido, con la que ha
crecido y en la que busca alternativas para una Reforma Agraria que posibilite
la existencia de los pequeños agricultores.
En
busca de una reforma agraria para Honduras
Desde pequeña se
acostumbró a ver al ejército en su casa para expulsarles del campo que
cultivaban en la región del Copán. Una tierra a la que había tenido acceso su
madre tras una reforma agraria que el Gobierno después invalidó y por la que
lucharon durante 10 años hasta legalizarla. A los 15 años decidió abandonar el
campo para escapar de la violencia doméstica y estudiar Hostelería y Turismo en
la ciudad. Pero pronto regresó para crear un grupo de jóvenes campesinos que le
han conectado con movimientos de toda la región. “De querer vivir en paz junto
a mi abuela, he pasado a querer que vivan en paz todos los campesinos de mi
región. Estamos obligadas a reaccionar”.
Los sueños han crecido
y durante los días pasados en Derio aportó su experiencia para la elaboración
de los Derechos Universales del Campesinado que La Vía Campesina espera que
reconozca la ONU y blinden así su modo de vida ante las injerencias de
gobiernos, multinacionales y empresarios. “En mi país sólo puedo ser titular de
la tierra si soy viuda, madre soltera con hijos o me lo permite un marido. Y
hay que acabar con esto”.
A Deolinda Carrizo
(Santiago del Estero, Argentina,
1979) tampoco se le quiebra la voz al compartir el coste de sus sueños: en 2003
le quemaron la casa, en 2006 detuvieron a seis familiares acusados de “tenencia
de armas de guerra” y en los últimos años ha enterrado a dos compañeros,
Cristian Ferreira en 2011 y a Miguel Galván en 2012. “El delito: querer vivir
de cultivar la misma tierra en la que nacieron y la misma que desean adquirir
los grandes latifundistas del norte del país, en la zona del gran Chaco
semiárido”.
Contra
el acaparamiento de tierras en Argentina
Su bisabuelo tuvo la
primera demanda por no querer vender sus tierras, un año antes de que ella
naciera. Y desde entonces, han visto reducidas las tierras libres hasta las
1.200 hectáreas que mantienen de forma colectiva 13 familias de su misma etnia
entre amenazas, asesinatos y periodos en paz.
Carrizo también ha
acudido a Derio como lideresa al ocupar la secretaria continental de la Coordinadora Latinoamericana de
Trabajadores del Campo (CLOC) presente en 21 países. Y durante los
días que esté fuera de su tierra serán otros familiares los que cuiden sus 25
cabras, dos cerdos, seis vacas y las pocas gallinas que le quedan tras un
ataque de un zorro días antes de embarcar.
Su sueño ya va más allá
de ampliar la producción. Ella vela por los 20 focos de conflicto en la zona y
es también la responsable de comunicación de la coordinadora. En 2003, el mismo
año que el terrateniente mandó quemar su casa, consiguió que se documentara su
lucha por parte de la organización internacional FIAN
con presencia en Ginebra ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. “El
coste fue que tomaran de nuevo nuestras sedes, nos llevaran las computadoras y
clausuraran nuestra radio. Todo para que nos marchemos”. De nuevo, no hay
rastro de miedo en sus palabras. Sorprende la serenidad con la que explica su
situación y la seguridad con la que continúa su lucha: “Seguiremos hasta
conseguir vivir en paz en nuestros campos”.
Y son ahora familias de
todo el continente las que le buscan a Carrizo para ganar esa seguridad. “La
Vía Campesina me ha conectado con familias de toda la región, de todo el
continente e incluso de todo el mundo”, señala a la vez que saluda a un
agricultor vasco que durante el año pasado visitó Argentina para conocer el día
a día de los campesinos. “Una pena que en Europa cada vez sea más difícil
acceder también a la tierra”.
Contra
los contratos abusivos de la industria en Brasil
Iridiani Graciele
Seibert (Santa Catalina, Brasil,
1988) no conoce todavía la realidad de Europa pero domina la de Brasil. Desde
pequeña arrimó el hombro en su casa para cultivar yuca, maíz, frijoles, fruta y
tabaco hasta que abandonó el campo para estudiar en Venezuela con la
Universidad del Campo de La Vía Campesina. Seis años que le convertirían
después en un referente dentro del Movimiento de Mujeres Campesinas de su país.
Ahora trabaja desde Brasilia en la sede de su organización y sigue los trabajos
del campo de su madre y un sobrino a detalle.
Sin embargo, su voz se
rompe y su mirada se apaga cuando repasa su experiencia personal. “Mi lucha no
es por el acceso a la tierra sino por el mantenimiento de una vida segura y
saludable para los campesinos de mi país”. Durante sus años en la universidad,
su padre se quitó la vida. “La industria del tabaco genera contratos abusivos
para los campesinos que producen la materia prima. Muchos no lo aguantan y caen
en duras depresiones con finales fatales”.
Para generar
alternativas trabaja ahora a contrarreloj. “El trabajo en el campo es tan
perverso como el de los esclavos. Hay que conseguir un cambio”. Estos días en
Derio, Seibert no ha parado tanto en la comisión de jóvenes, como en la de
mujeres. Sabe que la soberanía alimentaria no le devolverá a su padre pero sí
que puede aliviar la carga de muchas familias que desean vivir del campo.
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