El país tiene el reto de la
reconstrucción tras las lluvias torrenciales que afectaron a un millón de
personas el pasado marzo
Una mujer es ayudada a salir de
una riada en Huachipa, Perú, el pasado marzo. GUADALUPE PARDOREUTERS
Las inundaciones que arrasaron el norte de
Perú el pasado marzo se llevaron consigo decenas de puentes, que
sucumbieron a la potencia de las riadas. Algunos, de pocos años, cayeron
mientras, a no muchos metros, otros con siglos de antigüedad permanecían en
pie. “No es que nuestros abuelos supieran construir mejor que nosotros”,
ironiza Tomás del Carril, ingeniero experto en esta infraestructura. “Sucede
simplemente que no se planearon bien”.
De la tragedia, que afectó a casi
un millón de personas, también se sacan enseñanzas. Es lo que pusieron ayer en
común una veintena de expertos en el foro Un nuevo norte: experiencias
internacionales para la reconstrucción, que organizó este jueves el Banco
Interamericano de Desarrollo (BID) en Lima.
Pablo de la Flor, director
ejecutivo de la Autoridad
para la Reconstrucción con Cambios, que es como se llama el organismo
estatal que pilota los trabajos para volver a la normalidad en las zonas
afectadas, hizo un repaso del proceso que ha de afrontar, teniendo en mente que
“la tragedia no fue natural, sino una falla en la capacidad de planeamiento”.
“Debemos reconstruir fortaleciendo la resiliencia y la infraestructura que
vamos a montar. Había poblaciones en los cauces de los ríos, en quebradas
activables; necesitamos una nueva mirada a todo esto en la reconstrucción”,
subrayó.
Algunos de los retos que
encontrará en este camino, según sus propias palabras, son los de colocar al
ciudadano en el centro del proceso para restituir su bienestar, coordinar los
tres niveles administrativos del Estado para que trabajen como uno solo y
luchar contra la corrupción, que ha sido otra de las grandes tragedias del país
en los últimos años y que sobrevuela cualquier gran inversión de dinero.
Por eso, la reconstrucción del
país necesita ser especialmente transparente y creíble. Con la asistencia
técnica del BID, se pondrá en marcha un portal de transparencia para que los
20.000 millones de soles (unos 5.400 millones de euros) que se van a invertir
en los próximos tres años puedan ser auditados por todo el que lo desee con un
rendimiento de cuentas de cada documento y cada proceso que se inicie.
Se necesitarán todos estos
recursos para reconstruir 2.000 kilómetros de vías, rehabilitar 1.500 colegios,
reconstruir otros 500, además de 900 centros médicos, y sistemas de riego
destrozados por un fenómeno conocido como el Niño costero, que se produce por
un inusual calentamiento del océano Pacífico: el agua se evapora en grandes
cantidades y se condensa al llegar a la sierra, ocasionando las lluvias que
terminan por desbordar ríos y arroyos.
En este propósito de salir
reforzados del desastre es clave no reasentar a estas personas en zonas de
riesgo, algo “de una dificultad extrema”, en palabras de Agustín Aguerre,
gerente de infraestructura del BID. Lo sencillo, en su opinión, es reconstruir,
pero hay una parte social mucho más complicada. El ejemplo lo puso Iván Lira,
director de gestión de Riesgos de México: “En mi país hay una relación directa
entre población indígena y lugares de mayor peligro. Tiene un apego a su tierra
muy especial, por lo que nos cuesta mucho mover a las personas a otros lugares
sin desapropiarlos de su identidad. Estamos intentando aprovechar estos
momentos de resiliencia para ir ordenando un territorio que no lo estaba”.
Para hacerlo con éxito es
necesario integrar en la toma de decisiones a la sociedad civil, a las empresas
y al propio estado, según María Ignacia Arrasate, investigadora del programa
Zofnass para infraestructura sostenible de la Universidad de Harvard. “No
es fácil. Requiere gran transparencia, comunicación, flexibilizar procesos y
trabas administrativas. Y tener en cuenta que no solo se trata de reconstruir
lo físico, sino integrar gestión de riesgo en la planificación de obras; no
solo mitigar, sino afrontar lo que causó el desastre: los problemas
socioeconómicos, la mala ubicación, lo que lleva a que nuestras ciudades sean
vulnerables”, reflexionó.
Porque detrás de las
infraestructuras débiles hay normalmente sistemas de protección social débiles,
desigualdades y pobreza. Para evitar que se caiga un puente con una riada,
basta con —según el experto— que sus fundaciones estén bien profundas, en suelo
firme. Mejorar los cimientos sociales que están en el fondo del problema es más
complicado.
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