Adalid
Contreras Baspineiro
Los síntomas de cambios en el
mundo evidencian un desorden de su monotonía por el reacomodo de los poderes
que deciden sus destinos. Estamos en pleno siglo XXI, y los poderes decidieron
retroceder eras históricas, reavivando tiempos del ultraproteccionismo
productivo-comercial, amurallando fronteras y descontrolando el terrorismo.
Entre uno de sus principales rasgos, el mundo que se desordena está generando
incertidumbres y reavivando sentimientos racistas y xenofóbicos hacia los
ciudadanos de los países de nuestra región y, también, no se lo puede negar, al
interior de nuestros países.
¿Dónde encontrar respuestas que tejan alternativas
a esta situación que inestabiliza el planeta?, ¿en las políticas excluyentes de
los poderes que desordenan el mundo?, ¿en los países que construyen murallas y
cierran fronteras a los migrantes y a los desplazados?, ¿en los habitantes de
los barrios ricos de las ciudades que amurallan sus urbanizaciones para que no
se contaminen con los desplazados del sistema?, ¿en la academia que desprecia
los saberes ancestrales a título de un cientificismo occidental pretendidamente
superior?; ¿o tendremos que virar la mirada hacia la cotidianeidad de las
culturas inclusivas que trabajan por el retorno al futuro de la armonía?,
¿habrá que seguir los latidos y los pasos de los pueblos que luchan por su
inclusión con las mismas prerrogativas por su condición de humanos respetuosos
de la vida en el planeta?
En tiempos de incertidumbre,
corresponde descentrar las perspectivas y retomar las banderas de los
encuentros de los distintos y las de la unidad compleja desde las diversidades.
En nuestras “sociedades mosaico”, nos toca provocar alteridades que fecunden en
unidades. Este tiempo de incertidumbres es también el tiempo de las búsquedas
de los encuentros y las interculturalidades, trasponiendo las miradas que se
detuvieron contemplativamente en reconocer la existencia de sociedades
“plurimulticulturales”. De la exaltación de las diversidades se tiene que
avanzar al encuentro de los distintos, con su complejidad diversa y plural,
para que ninguno absorba al otro sino que se correspondan e intercambien para
generar un proceso nuevo, inclusivo, caracterizado por la concordia.
En esta
línea, compartimos con Walsh que la interculturalidad se constituye de
“complejas relaciones, negociaciones e intercambios culturales, y busca
desarrollar una interacción entre personas, conocimientos, prácticas y lógicas,
racionalidades y principios de vida culturalmente diferentes; una interacción
que admite y que parte de las asimetrías sociales, económicas, políticas y de
poder”.1
La afirmación es contundente, la interculturalidad no se reduce al
reconocimiento de las diversidades, ni se explica tan solo en la generación de
diálogos relacionales, que no son planos, entre culturas distintas. El
encuentro entre diversos reconoce la existencia de desigualdades y asimetrías,
lo que provoca que las relaciones e interacciones sean complejas, tensas,
condicionando que los intercambios entre culturas no se detengan en el
conocimiento de los otros, sino que avancen a su reconocimiento y a su
superación, para la construcción de una nueva situación producto precisamente
del hecho que la interculturalidad no es una categoría étnica, sino que los
intercambios culturales son también sociales y políticos.
Por eso digamos que
la interculturalidad “[…] va mucho más allá de la coexistencia o el diálogo de
culturas; es una relación sostenida entre ellas. Es una búsqueda expresa de
superación de prejuicios, el racismo, las desigualdades, las asimetrías (…)
bajo condiciones de respeto, igualdad y desarrollo de espacios comunes”.2 Se
trata, en definitiva, de construir una nueva sociedad que, en nuestra
concepción, sea la base de un sistema alternativo al capitalismo y el
fundamento de una nueva era. En tiempos de incertidumbre se tiene que trabajar
por la consagración de sociedades del bien común, o del Vivir Bien/ Buen Vivir.
Como ya dijimos, no se trata solamente de reconocer las diferencias o la
diversidad, tampoco se trata expresamente de tolerar y mantener matrices
culturales distintas, sino de combinar y construir nuevos procesos
civilizatorios. Por lo tanto, la propuesta de interculturalidad “[…] debe
contribuir a establecer un principio de obligatoriedad mutua; es decir, que los
grupos que comparten el mismo espacio asuman igualitariamente las
responsabilidades que implica la convivencia”.3 Esto supone la legitimación de
una cultura y una organización social con derechos y con deberes, políticas
nacionales germinadoras de paz y de justicia y, sobre todo, sociedades que
hacen de la convivencia su patrón de vida.
No es tarea sencilla, por cierto,
porque se trata de tejer nuevas sociedades recogiendo todos los hilos, de todos
los colores y crear con ellos imaginarios y realidades sin muros ni
proteccionismos, sin exclusiones sociales, raciales, territoriales, ni de
género. La nueva sociedad no puede asumirse como la hibridación de sociedades
porque las culturas no se fusionan, es decir que una no se impone a la otra.
Por el contrario, las diversidades se encuentran en una mezcla abigarrada donde
se conjuga el mundo de uno con los otros. Sobre el tema, Silvia Rivera, explica
bien la relación analizando el sentido del ch´ixi,4 en una “[…] coexistencia en
paralelo de múltiples diferencias culturales que no se funden, sino que antagonizan
o se complementan”5 . Entonces, en definitiva, no podemos pensar en
hibridaciones estériles donde unos se asimilan a los otros, tenemos que
reconocer que se trata de coexistencias con antagonismos o con
complementaciones en relaciones de alteridad.
Mirar el mundo desde la
perspectiva de la interculturalidad y proponerse diseñarlo desde este
resquicio, equivale a remar contra la corriente, intentando reconducir la
incertidumbre provocada por los mundos excluyentes, a realidades donde todos se
encuentren en equilibrios dignificantes. Es en este desafío que cobra sentido y
actualidad la cosmovisión del Vivir Bien/Buen Vivir, que en pocas palabras, la
podemos definir como la convivencia complementaria o una relación del individuo
con la sociedad y la naturaleza sin desequilibrios respecto a riqueza y poder;
siendo de trascendental importancia el sentido de pertenencia y responsabilidad
con la comunidad, lo que supone preocupación y responsabilidad por los demás,
así como expresiones de afectividad y reconocimiento.6 Es una propuesta para la
vida digna, con derechos, con satisfacción de las necesidades básicas en
igualdad de oportunidades, velando por la supervivencia del planeta, siguiendo
un contrato vinculante de los seres humanos con la naturaleza y el cosmos.
El
camino hacia la sociedad del Vivir Bien/ Buen Vivir demanda transformar el
(des)orden existente mediante diversas y encadenadas rupturas. Debe superar el
“vivir mejor” característico del capitalismo; desestructurar los rasgos del
(neo)colonialismo excluyente; cuestionar el patriarcado; revertir las prácticas
depredadoras del medio ambiente; constituirse en una alternativa al desarrollo
lineal confundido con progreso7 ; y sobreponer el derecho a la comunicación a
su manejo actual mercantilizado.
El Vivir Bien/Buen Vivir es un concepto
complejo, en proceso de legitimación, que tiene su origen o momento
constitutivo8 en los saberes, prácticas y culturas enraizadas en los pueblos
del Abya Yala9 y sus fecundas experiencias de vida comunitaria con las que
sostienen resistencias a sucesivas y centenarias historias de dominación,
ofreciendo una alternativa viable para su propia reconstitución y
descolonización, así como para el planeta.
La esencia de su cosmovisión es la
vida en armonía, de los seres humanos consigo mismos (dimensión espiritual), en
sociedad (dimensión comunitaria), con la naturaleza (dimensión ecológica) y con
las deidades (dimensión cósmica) Su identidad radica en la búsqueda de la “vida
buena en plenitud”; y la equidad y la justicia son condiciones radicales que se
expresan en solidaridades, con lo suficiente para una vida sana, sin excesos,
sin carencias, sin apuros ni angustias, ahora y en el futuro.
La convivencia
(materialización de la interculturalidad) se sustenta en estos principios: i)
la complementariedad, que reconoce coexistencias en paridad con otros; ii) la
reciprocidad, que implica la capacidad de corresponder proporcionalmente las
solidaridades; iii) la integridad, que se define como exigencia de equidad,
inclusión e igualdad en la diversidad; y iv) el equilibrio, que busca la
superación de las asimetrías, rompiendo las distancias y brechas con normas que
velan por la justicia, la relación fraterna, el reconocimiento afectivo,
solidario y amistoso entre personas, sociedades y la naturaleza.
La vida en
armonía no se construye en Estados-Nación de una sola cultura, una sola religión
y una sola ideología, siendo imprescindibles “[…] flujos desconstitutivos de la
vieja maquinaria estatal y constitutivos de los agenciamientos y dispositivos
de las formas de la participación social y política de los colectivos y
comunidades”,10 por lo que se necesitan Estados Plurinacionales con pleno
ejercicio de los derechos y sistemas de administración, tierra, territorio y
pluralismo jurídico de sus diversas naciones.
El Vivir Bien/Buen Vivir,
originado en la capacidad de resiliencia de los pueblos originarios, tiene
carácter planetario. No es una propuesta para ser calcada sino para ser
apropiada críticamente en las condiciones, características, historicidades,
posibilidades y particularidades de cada sociedad donde es apropiado, superando
visiones fragmentadas e inconexas. En tiempos de incertidumbre, corresponde
trabajar desde nuestros sures para que todos vivamos con las mismas
posibilidades y condiciones, sin discriminaciones.
………………………………………………..
Adalid
Contreras Baspineiro es sociólogo y comunicólogo boliviano. Ex
Secretario General de la Comunidad Andina – CAN. Colaborador de ALAI.
1 Walsh,
Catherine, Interculturalidad, Estado, sociedad. Luchas (de)coloniales de
nuestra época, UASB/Abya Yala, Quito, 2009, p. 45.
2 Ayala
Mora, Enrique, Interculturalidad. Camino para el Ecuador, FENOCIN, Quito, 2011,
pp. 57-58. 3 Kowii, Ariruma, “Cultura Kichwa, interculturalidad y
gobernabilidad”, en Gobernabilidad, democracia y derechos humanos, Quito,
Aportes Andinos N° 13, PADH / UASB, 2011, 2005, p. 27.
4 Plomizo
5 Rivera
Cusicanqui, Silvia, Ch’ixinakax utxiwa: una reflexión sobre prácticas y
discursos descolonizadores, Buenos Aires, Tinta Limón, 2010, p. 70.
6 Huanacu
ni, Fernando, Buen Vivir/Vivir Bien. Filosofía, políticas, estrategias y
experiencias regionales andinas, CAOI, Lima, 2010, p. 2.
7
Contreras
Baspineiro, Adalid, Seremos millones, en Revista Diálogos, FELAFACS, 2015.
8 “[…] el
momento ancestral o su causa más remota” (Zabaleta Mercado, René, El Estado en
América Latina, La Paz y Cochabamba, Los Amigos del Libro, Tomo 3, 1990, p.
180).
9 En
lengua Kuná, Panamá, Abya Yala significa tierra noble que acoge a todos, y es
el nombre con el que los pueblos originarios identifican el continente
latinoamericano y caribeño.
10 Prada
Alcoreza, Raúl, “Estado plurinacional comunitario autonómico y pluralismo
jurídico”, en Boaventura de Souza Santos y José Luis Exeni (editores), Justicia
indígena, plurinacionalidad e interculturalidad, Quito, Abya Yala / Fundación
Rosa Luxemburgo, 2012, pp. 408-409.
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