Dos empresarios querían abrir un
museo del chocolate en la Ciudad de México. Sus planes se torcieron cuando
cientos de guerreros sacrificados aparecieron bajo el patio de la casa
Ver fotogalería La torre
norte del gran tzompantli, en el sótano de Guatemala, 24.
DANIEL VILLA
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Algunos arqueólogos opinan que el
mundo es rematadamente cíclico. Que hay situaciones que se repiten una y otra
vez y que la historia es un cúmulo de bromas relativamente importantes. O casi.
Leonardo López Luján es uno de ellos. El
director del proyecto Templo Mayor, en el centro de la Ciudad de México, es
un amante de las casualidades históricas. Hace unos meses contaba, por ejemplo,
que "ya es curioso" que el actual Monte de Piedad, junto al zócalo de
la capital -una casa de empeños centenaria-, se hubiera levantado sobre el
Palacio de Axayácatl.
- ¿Por?
- ¡Porque los mexicas -aztecas-
guardaban ahí su oro!
Decía, divertido. El imperio
azteca tenía en su capital, Tenochtitlan, tesoros de todo México, oro, joyas,
piedras preciosas, alhajas de todo tipo. La caja fuerte era el palacio que
mencionaba el arqueólogo. Y 500 años más tarde, decía, "la gente va ahí a
dejar sus tesoros".
Había
más. "Fijate ahora lo de Guatemala, 24. Un privado belga, que tiene varios
museos del chocolate en Europa, compró la casa para hacer otro aquí y resulta
que abajo encontraron
parte del gran tzompantli de los mexicas".
- ¿El gran tzompantli?
- Sí, ¡imagina que ahora, en día
de muertos, van a vender calaveritas de chocolate justo arriba!
136.000
cabezas son demasiadas
Un tzompantli es una estructura
de postes y varas de madera, instalada sobre un pedestal de cal y piedra.
Colocadas entre los postes, las varas son espetos de cabezas humanas, cabezas
de hombres, mujeres y niños. Los mexicas colocaban cientos de varas entre los
postes, cientos de cráneos sangrantes en honor a Huitzilopochtli, su dios de la
guerra. Varios cronistas de indias lo recogen en sus escritos. Bernardino de
Sahagún aseguraba incluso que Tenochtitlán contaba con siete. Aunque este, el
del número 24 de la calle Guatemala, es el Huey Tzompantli, el principal, el
más grande, el que nacía en las faldas del Templo Mayor.
A mediados del siglo XVI, el conquistador
extremeño Andrés de Tapia publicó Relación
de algunas cosas de las que acaecieron al Muy Ilustre Señor Don Hernando Cortés.
Sus páginas recogen la descripción más detallada del gran tzompantli, en los
meses previos a la conquista: "[Había] sesenta o setenta vigas muy altas,
hincadas (...) puestas sobre un teatro grande hecho de cal e piedra, e por las
gradas de él muchas cabezas de muertos pegadas con cal, e los dientes hacia
fuera. Estaba de un cabo e de otro de estas vigas, dos torres hechas de cal e
de cabezas de muertos, (...) las vigas [estaban] apartadas una de otra poco
menos que una vara de medir, e desde lo alto de ellas hasta abajo, [había]
puestos palos cuan espesos cabían, e en cada palo cinco cabezas de muerto
ensartadas por las sienes (...) multiplicando a cinco cabezas cada palo (...)
hallamos haber ciento treinta y seis mil cabezas".
Raul Barrera, director del
Proyecto de Arqueología Urbana del Instituto Nacional de Antropología e
Historia, INAH, decía hace unos meses que el cálculo de Andrés de Tapia era
ciertamente "exagerado: Desconocemos de dónde viene este error de
cálculo".
Según la cuenta de los
arqueólogos, el "teatro grande" era un escenario de unos 35 metros de
largo. Y quizá había otro algo menor encima, formándose unas gradas. Las
"vigas" tenían un diámetro de entre 25 y 30 centímetros, aunque se
ignora su altura. Había varias filas de vigas, una detrás de otra. Cada viga
distaba más o menos un metro de la siguiente. El resto, cabezas.
Ni Barrera, ni Lorena Vázquez, su
segunda en este proyecto, ni López Luján, se atreven a dar una cifra total de
cráneos, aunque sea aproximada. Ante preguntas así, totales, responden que lo
más importante es que se ha encontrado, por fin, el Huey Tzompantli.
Los arqueólgos se centran ahora
en una cuestión sorprendente, apasionante. Teóricamente, en los tzompantlis se
exhibían las cabezas de los guerreros sacrificados. Pero, ¿y las mujeres, y los
niños? De los 450 cráneos observados, "el 70% son de hombres, el 20% de
mujeres y el 10% restante de niños", explica el arqueólogo. Barrera asume
que "en el mundo prehispánico también había mujeres guerreras". Pero,
¿y los niños? "Es una pregunta que no podemos responder de momento"
- La presencia de cráneos de
niños, ¿podría cambiar la forma en que se entiende el sacrificio humano en el
mundo mexica?
- Por supuesto
El
chocolate belga y los panes de Michoacán
Agustín Otegui es un hombre alto,
flaco y cano, de maneras algo medrosas al principio -se agarra los hombros, se
busca el bolsillo-, aunque dicharachero cuando pasa el rato. La semana pasada
miraba con curiosidad las obras de su casa, el piso levantado, los cascotes,
puntales reforzando tabiques por todos lados.
"Sabíamos que algo
habría", decía Otegui, "pero no esto". Se refiere a la torre de
cráneos que hallaron en su sótano, el número 24 de la calle Guatemala, el
extremo noroeste del Huey Tzompantli, que probablemente cruza la calle y
alcanza el subsuelo del atrio de la catedral. Probablemente, porque no está
claro hasta dónde llega; porque nadie se plantea tirar parte de la catedral
para comprobar que debajo hay otra torre de cráneos. La del sótano de Otegui es
una de las dos torres que menciona Andrés de Tapia, una en el límite norte del
tzompantli y otra en el sur, la del atrio. Raul Barrera cuenta que los cráneos
que iban sacando del tzompantli, probablemente los colocaban en esas torres.
Otegui es uno de los dos dueños
de la casa desde hace cuatro años. En 2013, él y su socio, Eddy Van Velle, se
hicieron con ella. Van Velle es un empresario belga con cierta tendencia al
coleccionismo. Cuando era pequeño, él y su padre, anticuario aficionado,
juntaron todas sus lámparas y armaron un museo en Brujas, en el norte de
Bélgica. Poco después inauguraron otro, esta vez de chocolate. Luego hicieron
lo propio en París, Praga y finalmente, hace cuatro años, su primer museo del
chocolate en México, en el sur, en Yucatán. Van Belle gestiona además un museo
sobre las papas fritas.
Otegui maneja una cadena de
panaderías en Michoacán. "Mi abuelo", dice orgulloso, "fue uno
de los primeros molineros de este país".
Su relación con Van Belle viene
de lejos, hace ya casi 40 años. El belga preside el grupo Puratos, productor a
nivel mundial de ingredientes para el sector pastelero. En 1978, Otegui fue su
puerta de entrada a México. Poco tiempo después inauguraron su primera
manufactura.
El museo del chocolate de Uxmal,
en Yucatán, fue el primero de ambos en México. El del 24 de la calle Guatemala
debería ser el tercero. Hace unos años, Van Velle y Otegui tuvieron problemas
con el INAH a cuentas del segundo. En octubre de 2013, el INAH anunciaba que
pensaba sancionar a su empresa por empezar las obras sin permiso. Ocurrió en
Chichen Itzá, junto a uno de los conjuntos de pirámides más conocidos del
mundo. Según un funcionario de la institución, Choco Story Chichen había puesto
en peligro varios elementos arquitectónicos. Otegui y Van Belle tuvieron que
parar la obra.
Ante una noticia como la
anterior, parece necesario cuestionar la idoneidad de ambos para manejar las
obras de un museo, justo encima de uno de los descubrimientos arqueológicos del
año en México. Otegui dice: "Le explicamos al nuevo director del INAH y le
hicimos unas nuevas propuestas. Las están estudiando, a ver si podemos reabrir
[las obras]. Al final no hubo una multa ni nada, lo que tenemos es una
suspensión".
Hace unos meses, Raúl Barrera
explicaba que en este caso está todo en orden. Los empresarios compraron el
inmueble y contactaron al INAH. En una casa así, tan cercana al Templo Mayor,
los particulares tienen la obligación de contactar al instituto. Los
arqueólogos van, exploran y determinan. Si hay algo -siempre hay algo- se ponen
a trabajar. Todos los gastos corren a cargo de los propietarios, en este caso
Otegui y Van Belle. Todos: la compra del inmueble, su restauración, el proyecto
arqueológico para recuperar el tzompantli y las obras necesarias para armar un
pequeño museo. Un centro que además será gratuito.
Cuestionado sobre el desembolso,
el señor Otegui prefirió guardar silencio. Dijo que Van Belle es un enamorado
del cacao, y que dentro de poco vendrá personalmente a México a visitar sus
plantaciones en Yucatán. "Es un cacao el que tenemos", comentaba,
"realmente especial. Parece así, -color- cafetito, pero sabe puro,
puro".
- Oiga, hay algún arqueólogo al
que le hace gracia que ustedes vayan a vender calaveras de chocolate, el día de
muertos, encima del gran tzompantli ¿usted qué piensa?
Otegui se reía.
No se sabe cuánto abrirá el museo
de Guatemala 24. Raúl Barrera no se atrevía a ofrecer un pronóstico esta
semana. ¿Años? Quién sabe. "El día 30 [de junio] acabó la segunda
temporada de excavación, ahora tenemos que estudiar todo lo que hemos
sacado". Igual, lo suyo es la arqueología y cuando él acabe, empezará la
remodelación del edificio y la construcción del museo. Otegui asume que no será
antes de dos años.
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