Una nueva generación de mujeres
indígenas accede a puestos de gobierno local en el país latinoamericano tras
completar procesos de formación durante la última década
Bilbao 29 NOV 2017 - 07:59 CET
De
porta banderas a Diputada: la líder aimara Asunta Quispe de 43 años ha plantado
cara al machismo para exigir un papel más activo de las mujeres en la política
más allá de la cuotas de paridad. I. M.
Su abuelo
vivió en condiciones de semiesclavitud para un terrateniente; sus padres, ya
campesinos libres, le obligaron a casarse a los 14 años, “para no generar mal
nombre”; y ella ahora se ha rebelado contra las costumbres para que su hija
pueda licenciarse en Veterinaria, como lo conseguirá en unos meses en cuanto
termine la tesina. “Algo impensable hace unos años en mi familia”. Benita
Mariela Machicado representa a sus 38 años el cambio de las mujeres indígenas
de Bolivia que en la
última década han conquistado la esfera política y han hecho reales las leyes
plurinacionales y de igualdad impulsadas por el Gobierno de Evo Morales, primer
presidente indígena del país.
“Teníamos las leyes, faltaban
mujeres capacitadas para aplicarlas”, matiza Machicado, jefa de Género en la
Organización Chiquitana de Concepción, mientras camina por el municipio
vizcaíno de Getxo en busca de ideas que poner en marcha en su territorio. Junto
a ella viajan otras seis lideresas de las diferentes regiones de su país, el
más indígena de América Latina con el 62 % de su población perteneciente a
alguno de sus pueblos originarios. “Luchamos para que nuestras hijas no sufran
lo mismo que nosotras”. Y hasta Europa les ha llevado su objetivo.
Al casarse, Machicado abandonó la
escuela y la suerte quiso que por su comunidad llegara una ONG en busca de
personas para formarles en salud comunitaria. “Siempre quise aprender más”. A
los trabajos en casa con tres hijos a su cargo, sumó los talleres en salud y
las tareas propias del campo. Al año ya le habían escogido como responsable de
la Junta escolar por su compromiso con la salud de los más pequeños. “Mi
esposo, lejos de alegrarse, me prohibió salir de casa”. Había comenzado a
germinar en ella las ganas de una vida diferente, de un protagonismo mayor en
la comunidad y de unas oportunidades diferentes de vida para las mujeres. Y
todo pasaba por seguir formándose.
La
necesidad de formación en el mundo rural
En paralelo, Manuela Arlena
Algarañas regresaba a su comunidad tras dos décadas fuera, con 37 años de edad
y tres hijos adolescentes. “Todo allí seguía igual”. Sus padres no quisieron
para ella una boda a los 14, “bastante lo habían sufrido ellos”, y apoyaron que
estudiara hasta el bachiller. Durante una década trabajó como profesora en la
ciudad. Tras la separación de su marido, regresó: “Comencé a hablar con mis
compañeras de colegio. Su vida se reducía a la casa y al campo. Sus maridos no
concebían para ellas nada más”.
Cada
vez más regiones de Chuquisaca se vacían de hombre ante la falta de trabajo en
el campo. Las mujeres asumen las tareas de liderazgo local y conforman
sindicatos para apoyarse. I. M.
La primera iniciativa fue
facilitar el transporte a todos los menores que quisieran seguir estudiando más
allá de Primaria. Y buscar la manera de contar con el apoyo del gobierno local
para impartir talleres, mejorar el trabajo en el campo y cuidar la salud de las
mujeres. “Las compañeras no tardaron en escogerme para la Asociación de
Cabildos de la Chiquitanía y tras un primer paso por el puesto de secretaría,
alcancé la dirección como Gran Cacique, la primera vez que llegaba una mujer
indígena”. Su caso inspira ahora a otras, mientras funda una organización solo
para mujeres con las que continuar el trabajo de formación a otras compañeras.
“Me queda un año en el puesto, después quiero continuar activa desde la
asociación. Son muchas las que desean formarse”. Ahora mismo representa a
30.000 personas habitantes del área rural chiquitana.
En el último día de la gira por
Euskadi, durante el almuerzo ríen, repasan los mensajes del móvil y comentan la
última reunión todavía emocionadas. Basta un vistazo a la mesa para entender
que los 37 pueblos originarios que habitan el país, con sus 37 lenguas propias
compartirán territorio, pero son muchas sus diferencias. De las seis lideresas,
unas visten sombrero de bombín sobre un denso pelo negro, otras, sombrero
blanco de campesina sobre una melena castaña y tres de ellas llevan el pelo recogido
en coleta que despeja el rostro de tez blanca. Pero a todas les une la lucha
por conseguir un mayor protagonismo en sus vidas, en sus hogares, en sus
comunidades.
Durante dos horas han charlado de
forma distendida con la alcaldesa de Leioa, la teniente alcalde de Getxo y
otras concejales de sendas alcaldías. “Dedicar tiempo a puestos políticos nos
genera a veces cargo de conciencia”, explican como justificación de por qué se
han emocionado tanto. Muchas señalan que sienten que traicionan a sus hijos, a
su familia a sus maridos, cuando no están en casa. “14 años aguanté yo al mío,
violento, faltón, incomprensible siempre para mis cosas”, confiesa Machicado. Y
el mismo dilema les han transmitido las políticas vascas. “Hemos salido llenas
de energía. Hay que continuar unidas y mantener los talleres”.
De
porta banderas a diputada
La líder aimara Asunta Quispe de
43 años se lleva de este viaje por Euskadi la limpieza de las calles, la
capacidad de organizarse las mujeres ya sean feministas, empresarias o agricultoras.
Y muchos apuntes del taller de comunicación para hablar en público. Ella
comprendió que quería una vida diferente también a los 15 años, como el resto
de sus compañeras. Sus padres no la casaron , pero la mandaron un año a la
capital, La Paz, para que trabajara como sirvienta “de sol a sol”.
Los 37 pueblos
originarios que habitan Bolivia, con sus 37 lenguas propias compartirán
territorio pero son muchas sus diferencias
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“Éramos 14 hermanos y no bastaba con trabajar
la tierra”. Al año, se dio cuenta de que aquello no era para ella. “Quería
saber hasta dónde llegaba la tierra y no quedarme encerrada en una casa”. Así
que a su regreso le tocó hacerse cargo de los animales y recorrió medio país en
diferentes etapas entre campos de cultivo, venta de productos y más trabajo en
el campo.
De nuevo en su comunidad decidió
organizarse con las mujeres y participar en diferentes programas de formación.
“Creamos un plan de microcréditos para apoyarnos y la mejora de los caminos,
los accesos al regadío, además de generar encuentros para hablar de nuestras
necesidades”. Pronto le nombraron “porta estandarte”, la encargada de la
bandera durante las marchas, y de ahí ha seguido trabajando hasta alcanzar el
puesto de Diputada Nacional por el partido del gobierno. “Las mujeres no
estamos en política para llevar solo un estandarte”.
Los
riesgos de las mujeres activas
El proceso le ha costado varios
sustos. “De mi provincia era la única mujer activa que me atrevía a poner voz a
las necesidades de las mujeres. Y cuando trabajas con compromiso, enemigos no
te faltan”. Una tarde de 2010, dos hombres le abordaron a la salida de la
organización Bartolinas Sisa. Tras un fuerte empujón solo recuerda que despertó
a las horas en un hospital. Le habían dejado inconsciente.
Un año después, un taxi paró
junto a la puerta de su casa. “Estaba ocupado por otra persona pero me venía
bien tomarlo”. A los pocos minutos, la persona con la que lo compartía le
intentó ahogarla con una soga. “Le ofrecí todo mi dinerito pero nada. Él seguía
apretando”.
Al final quedó en un susto y en una cicatriz. Sus negros ojos se
hunden en un rostro anguloso. Habla despacio, gesticula mucho y sonríe con
facilidad. Y resta importancia a los ataques. Tal vez, porque su pelea más
fuerte fuera dentro de su propia casa para hacer comprender a su marido y a sus
hijos que ella iba a faltar para formarse. “Yo tenía que seguir formándome y
para eso, tocaba organizar la casa diferente”.
Y en todo este proceso de
formación han sido diferentes las ONG que les han acompañado. Entre ellas,
destaca la organización vasca Zabalketa con
más de dos décadas de experiencia en el país y que ahora les ha invitado junto
al grupo de empresas Ner Group a visitar Euskadi para completar sus procesos de
formación y fortalecer su liderazgo con otras mujeres activas del mundo
empresarial, político y asociativo. “Tras 12 años impartiendo talleres en sus
comunidades, consideramos interesante que conocieran otros territorios como los
suyos para que tomaran nuevas ideas”, señalan desde Zabalketa.
En menos de una semana, han
hablado con técnicos de cooperación de diferentes ayuntamientos, así como del
Gobierno Vasco y Diputación de Bizkaia. También han compartido inquietudes con
asociaciones de mujeres rurales y empresarias. “A nosotras trabajar unidas, nos
cuesta mucho”, asegura Margarita Porco, presidenta de la Asociación de Mujeres
Campesinas de Rodeo Cocha, Chuquisaca, y participante también del viaje.
A Porco su liderazgo le llegó sin
buscarlo. Con 42 años y tres hijos, lleva tres años como responsable del
sindicato agrario local. De las 120 familias que representa en la asociación,
el 80% tiene a una mujer como cabeza de familia. Todos los hombres han
emigrado. “Mi esposo lleva años en Uruguay. Era profesor , pero no alcanzaba
para que mis hijos siguieran en la universidad”. De un taller contra la violencia
familiar, pasó a participar en programa de agroecología hasta conformar un
sindicato que les he permitido introducir proyectos de mejora para incrementar
sus ingresos. A diferencia de Machicado su marido siempre le ha apoyado, a
diferencia de Quispe nunca tuvo vocación de líder. Habla poco, sonríe con los
ojos y de este viaje se lleva el ejemplo de las comunidades agrícolas:
“Producen, venden y se apoyan entre ellas. Hasta la mujer empresaria aquí busca
fortalecerse en contacto con otras mujeres empresarias como ella”.
El cambio político que hace 12
años inició el líder aimara Evo Morales, ha conseguido llegar a las zonas más
rurales del país gracias a la formación de lideresas. Ahora son ellas las que
quieren protagonizar el cambio desde la dirección de las asociaciones,
sindicatos y gobiernos locales. Una nueva generación de mujeres indígenas ha
tomado la palabra en Bolivia. Y las ONG han pasado de despertar su interés por
la formación a recibirlas en Europa con la tensión de no frenar el ritmo que
ellas les marcan.
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