Los latinoamericanos tienen buenas razones para sentirse
inseguros
La sensación de inconformidad y malestar en las calles
latinoamericanas es palpable. El temor y la incertidumbre afectan las
decisiones cotidianas: tomar el transporte público, dónde comprar comida,
cuándo salir por la noche. La inseguridad también influye en los planes de
largo plazo: en qué barrio vivir, si ahorrar o gastar, finalmente, si emigrar o
quedarse.
Los habitantes de las ciudades de América Latina tienen
buenas razones para sentirse inseguros, como lo demuestran los datos
recopilados por el Instituto Igarapé. Las elevadas tasas de homicidio en
México han alcanzado los niveles más altos de los últimos 20 años.
Ciudades centroamericanas como San Salvador (El Salvador) y
San Pedro Sula (Honduras) se encuentran entre las más peligrosas del planeta. Los análisis de diferentes
grupos de investigación independientes en Venezuela sugieren queCaracas podría ser una de las ciudades más violentas del mundo,
aunque es imposible saberlo desde que el Gobierno dejó de publicar estadísticas
sobre delitos hace una década. Y solo en Brasil se encuentran 25 de las 50 ciudades con más homicidios del mundo.
En respuesta, una nueva campaña, Instinto de Vida, respaldada por una coaliciónde más de
40 organizaciones latinoamericanas, está instando a los gobiernos a reducir los
homicidios de la región a la mitad para 2030. La coalición también se propone
romper la tolerancia generalizada a los crímenes violentos. Con el fin de
comprender mejor las actitudes hacia el homicidio y las posibilidades de
movilizar a los ciudadanos para que tomen medidas, la campaña encargó encuestas
nacionales al Proyecto de Opinión Pública de América Latina (LAPOP) de la
Universidad de Vanderbilt en Brasil, El Salvador, Guatemala, Honduras, México y
Venezuela, los seis países más violentos de la región.
No es sorprendente que las encuestas hayan encontrado que
entre el 50% y el 75% de los ciudadanos temen ser víctimas de homicidio.
También revelaron que a pesar del miedo —y de la violencia real en que se
basa— los latinoamericanos creen que la violencia letal se puede prevenir,
entendiendo la mejor manera para lograrlo.
En Brasil y Venezuela, aproximadamente el 60% de los
encuestados afirmaron que al menos un asesinato había ocurrido en su barrio en
los últimos 12 meses. Entre los encuestados, los brasileños y los venezolanos
también fueron los más propensos a reportar homicidios mensuales e, incluso,
semanales en su entorno cercano. En México, alrededor de la mitad de los
encuestados registró homicidios en su localidad, y en El Salvador, Guatemala y
Honduras, entre el 30% y el 40%.
Curiosamente, no siempre existe una correlación directa entre
las altas tasas de homicidios y las percepciones locales. Esto se puede ver
claramente en El Salvador y Honduras. En comparación con los otros países, un
menor número de ciudadanos en estos países reportó homicidios en sus barrios y,
sin embargo, las tasas de muertes violentas en El Salvador y Honduras están
entre las más altas del mundo, 91,2 y 59,2 por 100.000 habitantes,
respectivamente. La explicación más probable es que las personas expuestas a la
violencia crónica la "normalizan" con el tiempo.
Independiente de su percepción sobre la violencia, los
latinoamericanos creen que la situación puede revertirse. La mayoría de los
encuestados dijo que los gobiernos nacionales deberían tomar la iniciativa
(51,6% en México, 55% en Honduras, 60,3% en Guatemala, 66% en El
Salvador, 68,5%
en Venezuela, 68,7%
en Brasil). Que esta visión se extienda a Brasil y Venezuela, países que tienen
líderes políticos notablemente impopulares, resulta sorprendente.
Los latinoamericanos también prefieren las estrategias de
prevención —especialmente la educación y el empleo— sobre los crecientes
niveles de castigo. El Salvador y Honduras, donde las estrategias de "mano
dura" se están incrementando, son los países que reportan el mayor apoyo
(65,3% y 64,9%, respectivamente) para las intervenciones preventivas.
Estos puntos de vista esperanzadores están respaldados por la evidencia. La campaña Instinto de Vida ha identificado una
serie de medidas que han evitado con éxito que ocurran más homicidios. Estas
incluyen estrategias basadas en la disuasión focalizada en los crímenes más
violentos, las intervenciones en "puntos calientes", la regulación
responsable de las armas de fuego y municiones, y la prevención de la
reincidencia.
Cuando se trata de evaluar costos, las estrategias más
eficaces para reducir la violencia letal son invertir recursos en la
estabilización de los hogares y promover la crianza positiva. También son
efectivas las intervenciones que mantienen a los niños en la escuela,
proporcionan formación profesional, generan empleos y enseñan habilidades para
la vida a jóvenes en riesgo.
Por lo menos, los Gobiernos latinoamericanos harían bien en
evitar lo que la evidencia demuestra que no funciona para mejorar la seguridad.
Las medidas punitivas duras que privilegian la represión policial, las
sentencias draconianas y el encarcelamiento masivo pueden hacer que el problema
del homicidio sea mucho peor. Las políticas de prohibición de las drogas que se
aplican con agresividad y los programas de abstinencia de drogas son aún más
perjudiciales.
Si los Gobiernos latinoamericanos van a avanzar en la
reducción del homicidio, harían bien en atender las sugerencias de sus propios
ciudadanos.
Robert Muggah es el cofundador y director de investigación
del Instituto Igarapé, con sede en Río de Janeiro (Brasil). Juan Carlos
Garzón es asesor regional del Instituto.
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