sábado, 21 de octubre de 2017

BELÉN GOPEGUI / NOVELISTA “El espacio virtual es también un terreno comunal que nos está siendo robado”


EKAITZ CANCELA

Belen Gopegui, en una imagen reciente.

MAURICIO RETIZ
21 DE OCTUBRE DE 2017

Lejos de seguir los cantos de sirena sobre la innovación, la meritocracia o la eficiencia de los propagandistas de Silicon Valley, Belén Gopegui (Madrid, 1963) despliega en Quédate este día y esta noche conmigo (Literatura Random House) un lúcido relato repleto de herramientas para pensar en cómo desafiar la realidad en lugar de sujetarla. “La razón --o habría que decir los propietarios de la razón-- esperaban sobre su montura, tan cobardes como los generales”, escribe sobre ese progreso que se dice ilustrado pero cuyo devenir se encuentra en manos de un par de titanes tecnológicos. CTXT conversa, mediante correo electrónico, con la escritora.


En primer lugar me gustaría conocer qué considera usted que va mal en la era actual para problematizar y deconstruir de forma tan explícita a Google en una novela. Usted dijo en su presentación que “es un desafío para los que escribimos”.

“ALGO VA MAL SI A NADIE IMPORTA CON QUÉ DERECHO UNA GRAN CORPORACIÓN SE ENCARAMA POR ENCIMA DE LA CIUDAD, LOGRA QUE SU MIRADA ATRAVIESE LOS TEJADOS, LAS PANTALLAS, OBSERVE Y ALMACENE LAS CONDUCTAS Y DESPUÉS EXTRAIGA CONCLUSIONES”

Google es lo más parecido a una voz narradora omnisciente, sólo que no es una voz sino una empresa, y que no actúa en la ficción sino en aquello que llamamos realidad. Esa pretensión de omnisciencia, su voluntad declarada no sólo de conocer sino también de organizar –esto es, narrar– toda la información que hay en el mundo, además de tener, cuando menos, resabios totalitarios, desde el punto de vista de la escritura es una provocación por varios motivos. Hablemos de dos: cualquier narrador omnisciente debe, a mi entender, legitimarse. Hace mucho tiempo escribí que cada vez que se fabrica un narrador, se está fabricando un instrumento de conocimiento. Y en tal caso es imprescindible que la o el novelista responda a estas dos preguntas: ¿para qué lo fabrica, es decir, qué intenta conocer a través de la imaginación?, y también ¿quién le ha pedido que lo fabrique, esto es, para quién va a conocer? Si estas preguntas me parecen pertinentes en el ámbito de la ficción, aún lo son más en el ámbito de lo real, del cual la ficción forma parte de un modo particular. Con respecto a su pregunta, algo va mal si a nadie importa con qué derecho una gran corporación se encarama por encima de la ciudad, logra que su mirada atraviese los tejados, las pantallas, observe y almacene las conductas y después extraiga conclusiones. Al hablar de desafío pensaba en que una narración no es información que se desprende de la vida incesante de los usuarios: se parece más a un modelo matemático, en la medida en que los modelos son también relatos acerca del comportamiento de un trozo de mundo en un espacio de tiempo. De algún modo los personajes toman la iniciativa, oponen su modelo al modelo de Google, rechazan, en la medida de sus posibilidades, que las líneas del código que rigen sus vidas les vengan impuestas.

Esta compañía, junto con Facebook, ya monopoliza los ingresos en publicidad de los medios. ¿Cree que llegará el día en que haga lo propio con los datos de la opinión pública, que en pocos años podrá analizar con sus sistemas de inteligencia artificial, para alcanzar la eficiencia absoluta y ofrecer una personalización total en el ámbito del periodismo o de la literatura?

Es algo que ya está sucediendo. Quizá la eficiencia nunca sea absoluta. Aun cuando gran parte de las acciones humanas resultan predecibles, no es probable que existan los medios para predecirlas todas. Pero este mismo hecho de que no sea absoluta actuará, está actuando ya, como forma de legitimación: siempre habrá, se dice, una o varias personas que elegirán salir de la burbuja, por lo tanto esa burbuja no es una cárcel, sino un lugar donde el resto de las personas quieren permanecer. El que haya fugas no significa que no haya rejas ni carceleros, y sin embargo el argumento parece funcionar, pues halaga el sentimiento, por otra parte legítimo, que tiene cada ser humano de ser único y, de algún modo, irreductible. El problema es que las grandes plataformas no son espacios vacíos por donde circula la información, sino que tienen dueños y reglas. Más que lo que dejan fuera, resulta inquietante lo que ni siquiera llega a existir por haber ocupado ellas los lugares donde eso que no existe podría crecer. Suele subrayarse que el modo en que están siendo diseñados los espacios de interacción virtual por las empresas comerciales recuerda más a los centros comerciales que a las plazas públicas. El problema, creo, se agudiza cuando el centro comercial se edifica en la plaza y hace que ésta desaparezca. Siempre habrá, se dice también por lo que respecta a la literatura, un rincón del alma inaccesible, esa extrañeza de las cosas y de la vida que sólo a través del arte podríamos conocer. Más allá de que se crea o no en tales rincones, de nuevo surge la cuestión de la fuerza, allí donde crece el artificio es difícil que se abra paso algo distinto, ya le llamemos arte o simple conciencia de que la realidad es bella y amenazante al mismo tiempo.

Sin especular sobre el futuro -- precisamente una de las características de su obra--, a diferencia de novelas como Cero K, de Don DeLillo, o ensayos como Homo Deus, de Yuval Noah Harari, usted no presenta una distopía que esté al llegar, sino que ofrece una radiografía en forma de ficción del presente. ¿Por qué eligió esta forma de narrar?

Chesterton, en Lo que está mal en el mundo, cita un refrán: “Según hayas hecho tu cama, así tendrás que acostarte en ella”, y luego dice que le parece sencillamente una mentira porque “si he hecho mal mi cama, puedo volver a hacerla”. Me gustan las distopías pero no me acaba de convencer cierto fatalismo que desprenden. Por otro lado, cuando se trata de diseñar una distopía todo está abierto. Mi manera de pensar funciona mejor con límites y resistencias, por ejemplo los que opone el presente. Además, lo que cuento ya está pasando; lo que Harari avanza, la mayor parte de las veces no es más que un desarrollo de lo que ya existe. Me pareció preocupante sobremanera, por ejemplo, la noticia que usted mencionaba en su cuenta de Twitter del partenariado entre Google y la Universidad del País Vasco para ayudar a encontrar trabajo o a emprender. Y, más aún, el hecho de que la inmensa mayoría de las universidades públicas españolas, no sé si todas, gestionen sus correos a través de Google; que lo que se investiga y se discute en esos centros académicos esté en los servidores de una empresa privada de otro país. En el caso de Cero K, si trasladamos alguno de sus temas al presente, veremos pronto, y estamos viendo, cómo la lucha por una longevidad con buena calidad de vida física y mental es parte ya de la lucha de clases, son los privilegiados quienes disfrutarán, disfrutan ahora en centros privados, del resultado de investigaciones médicas, y su longevidad no sólo obedece a la ciencia sino también al trabajo de millones de personas que no accederán a ella. A qué se dé prioridad en la investigación futura es un problema de correlación de fuerzas en el presente.

Usted escribe que “ahora mismo se están gestando nuevas forma de encuadrar fragmentos de realidad, generarlos, enlazarlos y ofrecerlos a cambio de algo”. ¿Poseer de forma exclusiva la capacidad de lucrarse de ese algo es el gran poder que tiene Google?

Subrayo su expresión: “poseer en exclusiva la capacidad de lucrarse”. En efecto, a menudo se olvida esta parte, “en exclusiva”, y parece que de lo que se trata es de escoger entre una plataforma u otra o entre un servidor u otro. Pero la acumulación de capital supone al mismo tiempo, como diría David Harvey, la desposesión de otras personas y a veces de otros Estados. La mayor parte de las empresas de Silicon Valley tienden al monopolio, forma parte explícita de su proyecto: puede haber un Google y un Facebook, pero es difícil que subsistan, salvo en entornos de resistencia de nuevo minoritarios, pequeños googles y pequeños facebooks con tareas semejantes y reglas diferentes. El capital, tal como los recursos naturales, es limitado, pues depende de la energía y del trabajo de las personas. Las autopistas analógicas eliminan caminos, cosa que también sucede con las autopistas digitales. Acudiré de nuevo a Chesterton: “Persigues al hombre o a la mujer que roba un ganso del terreno comunal, pero dejas libre al canalla que le roba el terreno comunal al ganso”. El espacio virtual no por ser nuevo deja de ser un terreno comunal que nos está siendo robado.

¿No cree que este sistema se parece cada vez más a las relaciones feudales previas a la llegada del sistema capitalista?

“LA LUCHA POR UNA LONGEVIDAD CON BUENA CALIDAD DE VIDA FÍSICA Y MENTAL ES PARTE YA DE LA LUCHA DE CLASES, SON LOS PRIVILEGIADOS QUIENES DISFRUTARÁN, DISFRUTAN AHORA EN CENTROS PRIVADOS, DEL RESULTADO DE INVESTIGACIONES MÉDICAS”

Lo es en la medida en que la ficticiamente llamada economía colaborativa aprovecha tanto las lagunas como la indolencia de los Estados a la hora de permitir la desregulación del empleo, el adelgazamiento de los impuestos con el consiguiente deterioro de los sistemas de seguridad social, la reducción de los salarios individuales, la destrucción de los salarios sociales, etcétera. Aún así, creo que no hay un regreso al feudalismo, pues estas empresas están inmersas en un proceso de acumulación desmesurada de capital, sin el cual no podrían existir. Y como bien cuenta Anita Elberse, la supuesta mayor conectividad entre sujetos y la reducción de los intermediarios no redunda tampoco en una mayor diversidad sino que la llamada cola larga del mercado se hace más larga, sí, pero también más fina, y lo que aumenta exponencialmente es el tamaño de la cabeza.

¿Considera que, de alguna forma, el nuevo cambio de piel del sistema capitalista, que como refleja el poder de esta y otras pocas plataformas ya es digital, plantea la bifurcación moderna entre capitalismo y democracia?

Diría que se avanza en esta bifurcación; la democracia parlamentaria tal como la hemos conocido ha podido ejercer, en ocasiones, de freno o de contrapeso a las exigencias del capital, pero muy débilmente. En esta fase de desarrollo, ¿cómo frenarlo con unos mecanismos que además de débiles resultan cada vez más inoperantes?

También dice que “las puertas no las ha hecho el capitalismo”, y Olga y Mateo, los protagonistas de su novela, se proponen disentir de esas “puertas”. ¿Qué capacidad para disentir tenemos en la vida real?

La capacidad que tengamos para concebir y realizar prácticas que no se cultiven; por ejemplo, la igualdad. Unida a lo que Richard Rorty llamaba hacer “comparaciones denigrantes entre el presente actual y un futuro posible, si acaso incipiente”. Es una capacidad menor, pues los códigos impuestos no son sólo simbólicos, están enraizados en el tiempo disponible que nos queda, en las calles que cruzamos y los cuerpos con que queremos resistir. Sin embargo, en la propia lucha para lograr aquello que hace la vida digna de ser vivida surgen estrategias de aproximación y conocimientos que ni siquiera habíamos imaginado.
“No podemos describir cómo funciona nuestra conciencia”. Google, se dice, trata de hacerlo. ¿Está la humanidad capacitada para que el progreso técnico conquiste parcelas cada vez mayores de conocimiento sobre su esencia sin renunciar a ella de alguna forma?

“EN LA PROPIA LUCHA PARA LOGRAR AQUELLO QUE HACE LA VIDA DIGNA DE SER VIVIDA SURGEN ESTRATEGIAS DE APROXIMACIÓN Y CONOCIMIENTOS QUE NI SIQUIERA HABÍAMOS IMAGINADO”

No veo por qué el conocimiento, la capacidad de explicar, incluso de aprender a hacer cosas complejas mediante soluciones simples ha de conllevar una renuncia a lo que se experimenta o se vive. Cada subjetividad se construye en el tiempo y en el espacio y por eso es única, al margen de que pueda o no ser descrita. Decir de algo que no puede ser explicado, todavía, no lo hace mejor, sólo habla de nuestra capacidad de comprensión. Por otro lado, más allá de los procedimientos está la cuestión del sentido. De entre todo lo que hay que conocer, quizá la propia conciencia no sea lo más interesante. Iris Murdoch decía: “El ‘autoconocimiento’, en el sentido de un entendimiento minucioso de la maquinaria de uno mismo, me parece que normalmente es, salvo a un nivel bastante simple, una ilusión. El análisis puede por supuesto inducir un sentido de dicho autoconocimiento por razones terapéuticas, pero la “cura” no prueba el supuesto conocimiento genuino. El yo es tan difícil de ver justamente como las otras cosas, y cuando se ha alcanzado la visión clara, el yo es en consecuencia un objeto más pequeño y menos interesante”. Antes de describir cómo funciona nuestra conciencia tal vez Google debería de ser capaz de ver y comprender relaciones.

La pobreza, el ser en la era digital y la muerte constituyen la tríada temática en una de sus últimas páginas, cuando describe la enfermedad del padre de Mateo, así como en buena parte del texto. ¿Cree que es esto lo que explicaría esencialmente algunos de los males que azotan a las sociedades modernas?

Esencialmente es mucho decir, dado además que una novela no es una explicación, leerla no consiste sólo en asignar un significado a cada una de sus palabras de manera, vale decir, lineal, sino que es preciso combinar espacios, personajes, diálogos, hechos, sintaxis y componer con ellos un territorio que no sólo cuenta sino que, al mismo tiempo, es. Por eso cualquier intento de condensar una novela u otra narración en dos frases resulta insuficiente, no porque se pierda la forma, como a veces se dice, sino porque se pierde la novela. En todo caso, mi novela tiene presente que somos cuerpos finitos y mortales y que valdría la pena establecer otras relaciones sociales que permitieran el despliegue de las facultades de todos los seres humanos.
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AUTOR
Ekaitz Cancela
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Escribo sobre política europea desde Bruselas. Especial interés en la influencia de los 'lobbies' corporativos en la toma de decisiones, los Derechos Humanos, la desigualdad y el TTIP.


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