Casi la mitad de los
habitantes de pueblos originarios viven hoy en día en áreas urbanas de la
región pero enfrentan condiciones desventajosas
Buenos Aires 9
AGO 2017 - 09:23 CEST
Mujer
indígena camina por el centro de La Paz, Bolivia. BANCO MUNDIAL / ISTOCK
Tratemos de hacer el
ejercicio: ¿Cómo imaginamos al indígena de América Latina? ¿Cómo es? ¿En qué
paisaje lo ubicamos? ¿Haciendo qué? Lo más probable es que el boceto que
hacemos en nuestra mente nos lleve a una escena en canoa o en una cabaña, en un
paraje sin concreto, ni semáforos. Difícilmente, por lo menos no en un primer
momento, lo imaginamos cruzando la calle en alguna ciudad.
El dato que contrasta
con esta visión es que el 49% de la población indígena de América Latina ha
migrado al entorno urbano en las últimas décadas. Sin embargo, como apunta en
esta entrevista Germán Freire, experto en Desarrollo Social del Banco Mundial,
“la sola idea del indígena urbano reta nuestra representación colectiva de lo
que es ´ser indígena´”.
A propósito de la
conmemoración, este 9 de agosto, del Día Internacional de los
Pueblos Indígenas y la celebración del décimo aniversario de la
Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos indígenas,
aprobada el 13 de septiembre de 2007, nos acercamos a este tema que significa
un reto para la región.
Pregunta. ¿Por qué
los indígenas de América Latina han migrado desde sus territorios tradicionales
a las ciudades?
Respuesta. Las
razones son muy variadas. En muchos casos migran por los mismos motivos que lo
hacen todos los latinoamericanos. En las ciudades hay mayores oportunidades de
empleo, de acceso a educación, salud y servicios básicos. En Perú, por ejemplo,
un hogar indígena tiene un 37% más probabilidades de ser pobre si reside en
zonas rurales.
Pero las razones de más
peso suelen ser el acceso a educación y salud. Si bien la escuela primaria
experimentó una expansión transcendental la década pasada, persisten brechas
significativas, especialmente a nivel de educación secundaria y terciaria.
Asimismo, los servicios de salud en zonas rurales siguen teniendo deficiencias
importantes. A veces estos servicios están presentes solo nominalmente o se
prestan en condiciones que ponen barreras al acceso.
Por otro lado, los
territorios indígenas han estado en constante presión por la expansión de las
fronteras agrícolas y de las industrias extractivas. Una quinta parte del
Amazonas tiene potencial minero, por ejemplo, y el 20% de estas áreas de
potencial explotación coinciden con territorios indígenas. Los conflictos
internos también han afectado de manera desproporcionada a las comunidades
indígenas rurales, en países como Guatemala, Colombia o Perú.
Todos estos factores
suman, y explican en parte por qué hoy alrededor del 50% de la población
indígena de la región reside en zonas urbanas. En algunos países la proporción
es mucho más grande. En Argentina, por ejemplo, la población indígena urbana ya
supera el 80%.
R. La situación de
los indígenas en las ciudades es paradójica, porque, si bien están generalmente
mejor que en sus territorios de origen, también es cierto que se insertan en el
entramado urbano en condiciones muy desventajosas. Sus conocimientos y
tecnologías tradicionales suelen tener poco valor en el mercado laboral urbano,
así que tienden a emplearse en trabajos mal pagados y del sector informal, con
todo lo que eso implica en términos de seguridad laboral y económica.
También, una vez en las
ciudades, los indígenas suelen ser relegados a zonas inseguras, insalubres, con
menores oportunidades laborales, peores servicios y expuestas a desastres
naturales. La proporción de hogares indígenas viviendo en barrios marginales
duplica la proporción de hogares no indígenas.
Todo esto supone un
gran reto para los gobiernos y agencias de cooperación, porque las políticas de
inclusión y prestación de servicios diferenciados para la población indígena se
diseñaron teniendo en mente comunidades rurales. La sola idea del indígena
urbano, de hecho, reta nuestra representación colectiva de lo que es “ser
indígena”. Sin embargo, el número de hogares indígenas viviendo en entornos urbanos
va a seguir creciendo, a juzgar por la tendencia de las últimas décadas.
Es decir, las ciudades
ofrecen innumerables oportunidades para los indígenas, pero la contracara de
estas migraciones es que los exponen a nuevas formas de exclusión y discriminación.
La región tiene que hacer mayores esfuerzos para pensar en estrategias que
permitan cerrar las brechas laborales, educativas o de acceso a vivienda, por
ejemplo, sin que esto represente para ellos una renuncia a su identidad o su
cultura. Un estudio del Banco Mundial,
señala que el sentido de dignidad es fundamental para que las políticas de
inclusión social tengan éxito.
P. ¿Qué rol juega
la mujer indígena en el escenario urbano?
R. Fundamental. En
muchos casos las mujeres son pioneras en los procesos de migración
rural-urbano. La migración a las ciudades a veces es una oportunidad para
liberarse de roles tradicionales y aumentar su independencia, si bien ellas
enfrentan mayores retos que los hombres. Muy a menudo las mujeres indígenas no
solo ganan menos que las mujeres no indígenas, sino que también ganan menos que
los hombres indígenas. Se ha calculado que una indígena boliviana ganaba en
promedio 60 por ciento menos que una no indígena por el mismo tipo de trabajo.
No cabe duda de que son víctimas de doble discriminación, por su condición de
indígena y de mujer.
Pero, a pesar de estas
brechas, el rol de las mujeres indígenas en entornos urbanos es central. Son
portadoras de conocimientos, son las que saben de medicina tradicional, por
ejemplo. También son el ancla de los niños con su propia cultura y sus lenguas.
Son empresarias, combinando aspectos de sus economías tradicionales, como la
solidaridad y el trueque, con aspectos de mercado.
Pero tan importante
como todo esto es su creciente participación en el espacio público, en la toma
de decisiones a nivel local, nacional y regional. Un ejemplo notable es el de
las Wayúu de la Guajira colombo-venezolana, que han ocupado cargos de gobierno,
académicos y de todo tipo a ambos lados de la frontera. La mujer es el eje
alrededor del cual giran todas las decisiones de la familia Wayúu, y esto
evidentemente lo han llevado con ellas a ciudades como Riohacha o Maracaibo.
P. ¿Cuáles podrían
ser los aportes indígenas al desarrollo urbano?
R. Muchos. Los
indígenas traen consigo visiones diferentes de organización social, de
ordenamiento del espacio, de relacionamiento con el ambiente, estrategias de
contención, conocimientos médicos tradicionales, formas de participación
política, propuestas arquitectónicas, lenguas, etc. Esta diversidad suma mucho
a la resiliencia del entorno urbano.
El Alto, en Bolivia, es
un ejemplo conocido del potencial de la ciudad para expresar formas indígenas
de organización y participación dentro del Estado. A través de las Juntas
Vecinales, los Aymara no solo han liderado en la construcción y administración
de su entorno urbano, sino que se han convertido en actores centrales de la
política nacional.
Otro ejemplo, menos
conocido, está en las áreas metropolitanas de Buenos Aires y La Plata. Poca
gente sabe que ahí se concentra la mayor parte de la población indígena
argentina; aproximadamente una cuarta parte del total nacional. En La Plata, en
concreto, hay una comunidad Nam Qom, en el barrio Islas Malvinas, que es un
ejemplo tremendo de dignidad y lucha por mejorar su inclusión al entorno
urbano. Con muy poco o ningún apoyo externo, esta comunidad ha construido sus
propias viviendas, organizan el espacio comunal de acuerdo a sus visiones de
solidaridad y convivencia, toman responsabilidad colectiva por la alimentación
y el cuidado de sus niños, tienen iniciativas escolares y extra-escolares para
preservar su lengua y su cultura, entre otras cosas. Ejemplos como este hay en
toda Latinoamérica, pero han recibido poca atención hasta ahora, por lo que
permanecen invisibilizados.
Ese, precisamente, es
el gran reto para su inclusión. No tenemos demasiado conocimiento de las
necesidades u oportunidades de la población indígena en entornos urbanos, pues
hasta hace muy poco este tema no estaba en la agenda de desarrollo de la
región. El reporte Latinoamérica
Indígena en el Siglo XXI,que lanzamos el año pasado sugiere precisamente
que tenemos que empezar a pensar en la población indígena en términos de su
heterogeneidad. Los modelos de desarrollo y los instrumentos analíticos que
usamos hoy para abordar sus necesidades y sus reclamos son poco sensibles a la
realidad de que la mitad de los indígenas de la región vive en entornos
urbanos, así como al hecho de que existen múltiples dimensiones de exclusión
que se superponen, pues no es lo mismo ser hombre indígena que ser mujer
indígena, niño, anciano, etc.
Lo que sí creo es que
con la inclusión de los indígenas al desarrollo urbano ganamos todos. En
algunas ciudades constituyen una proporción considerable, que tiene muchísimo
que aportar a la economía local, a la toma de decisiones, a la búsqueda de
soluciones a problemas críticos de nuestras ciudades, como el uso sustentable
de los recursos o la participación ciudadana. La mayor riqueza de la región
siempre ha estado en su diversidad, por lo que tiene sentido que esa
heterogeneidad de visiones y propuestas se incorporen al desarrollo urbano de
la región.
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Marjorie Delgado es
productora online del Banco Mundial
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