Europa y el gigante asiático
pueden asumir el liderazgo contra el cambio climático, tras la salida de EEUU
del Acuerdo de París. Reducir el uso del carbón, transformar la industria
siderúrgica y aumentar la cooperación son algunos de sus retos
CÉLINE CHARVERIAT
Nube de contaminación sobre la
ciudad china de Shanghai. 2008.
SUICUP
26 DE JULIO DE 2017
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Coincidiendo con la cumbre entre
la UE y China, el anuncio de Donald Trump, del pasado 1 de junio, con el que
confirmaba que EE.UU. abandona el Acuerdo de París sobre el cambio climático,
tuvo un lado esperanzador: es una oportunidad de oro para que la Unión Europea
y China asuman un liderazgo compartido en las negociaciones para luchar contra
el cambio climático.
Para Europa, esto supone un giro
de 180 grados con respecto a su humillante experiencia durante la conferencia
de Copenhague en 2009, cuando estuvo ausente de la mesa de negociaciones,
mientras EE.UU. y los países BASIC (Brasil, Sudáfrica, India y China) llegaban
a un acuerdo. Asimismo, la declaración conjunta anterior a 2015 entre EE.UU. y China
sobre el cambio climático, se consideró como el punto de inflexión que
terminó resultando en el acuerdo de París.
Esto supuso una gran frustración
para los negociadores europeos, pues al fin y al cabo la UE poseía una
trayectoria mucho más destacable en términos de cambio climático: la Unión
había cumplido con sus compromisos del acuerdo de Kioto, abastecía
económicamente a los países en vías de desarrollo para hacer frente al cambio
climático, y sus objetivos para París eran mucho más ambiciosos. Pero tenía que
hacer frente a una barrera psicológica, los ojos del mundo estaban puestos en
EE.UU. y en China debido a su gran participación en las emisiones mundiales de
carbono (cerca del 43% en 2015) y a su rivalidad, lo que significaba
que ninguno daría un paso adelante sin el otro.
Hoy en día, China y la UE tienen
más en común con respecto al cambio climático que nunca. Su nuevo y compartido
objetivo es aislar a los EE.UU. y evitar nuevas desviaciones del Acuerdo de
París: Rusia, Turquía y Arabia Saudí todavía podrían sentirse tentados de
abandonarlo.
Tanto China como la UE están en
una posición favorable para ejercer el liderazgo climático. Los dos están
camino de superar los compromisos adquiridos en París para 2020. Teniendo en
cuenta la dependencia que ambos tienen de las importaciones de combustibles
fósiles, un elemento clave de su estrategia de seguridad energética nacional
pasa por incrementar la proporción de energías renovables de su cesta
energética. Además, podrían cosechar grandes beneficios si se convierten en
líderes en el desarrollo de tecnologías con baja emisión de carbono y uso
eficiente de los recursos.
Por último, comparten el compromiso
de facilitar financiación a los países en vías de desarrollo para hacer frente
al cambio climático. China prometió contribuir con 3.100 millones de dólares en 2015,
y Europa y sus miembros entregaron 14.500 millones de euros
en 2014. La declaración que se publicó al término de la cumbre bilateral
entre la UE y China a finales de junio de 2015 confirma
su ambición compartida de luchar contra el cambio climático.
Para que esta cooperación
bilateral suponga un verdadero cambio, China y la UE tienen que superar los
siguientes tres retos:
-- Situar al mundo en una senda
creíble y duradera de descarbonización, acorde con la ciencia. Esto significa
llevar a la mesa de negociación de Naciones Unidas un plan empíricamente
contrastado que permita alcanzar un nivel cero de emisiones en el ámbito
nacional e internacional para 2020.
-- Hacer realidad un precio
global para el carbono. Según un informe reciente, es necesario que los precios del
carbono alcancen un mínimo de 40 dólares por tonelada de CO2 para 2020. Esto no
se puede conseguir sin reformar con éxito el régimen de comercio de derechos de
emisión de la UE, sin una convincente puesta en marcha del nuevo sistema chino
de comercio de emisión de CO2 y sin una acción diplomática conjunta que vincule
los mercados de emisiones de carbono existentes.
-- Multiplicar los fondos de
cooperación al menos para llenar el vacío dejado por EE.UU. al abandonar sus
compromisos de financiación de la lucha contra el cambio climático.
Lamentablemente, este
planteamiento tan optimista está poblado de algunas nubes negras. Durante el
G20 se vio como las tensiones comerciales en torno a la industria siderúrgica
seguían aumentando. En el contexto actual de sobreproducción, EE.UU., la UE y
China están tejiendo una maraña para proteger sus sectores nacionales en lugar
de buscar una solución económica, social y medioambientalmente sostenible.
La UE y China emplearon con éxito
el encuentro del G20 para continuar con el aislamiento de EE.UU. en asuntos
relacionados con la lucha contra el cambio climático. En cierto sentido, esto
era lo más más sencillo.
Según la comunidad científica, el
margen de acción para mantener el cambio climático bajo control está
disminuyendo rápidamente. Hay quienes afirman que solo nos quedan tres años. Teniendo
en cuenta la urgencia de la situación, proteger la industria siderúrgica
debería ser la menor de las preocupaciones. Al contrario, la UE y China
tendrían que multiplicar su cooperación bilateral para promover una transición
hacia bajas emisiones de carbono en las industrias altamente contaminantes como
el sector del acero, que produce el 5% de las emisiones mundiales de gases de efecto
invernadero.
La UE y China también deberían
explorar cómo las políticas comerciales (ya sean nacionales o mediante la OMC)
podrían ayudar a conseguir los objetivos del Acuerdo de París y los Objetivos
de Desarrollo Sostenible de la ONU.
Cerrar la brecha entre los
compromisos de desarrollo sostenible y las políticas comerciales, que en su
mayoría no tienen en cuenta las emisiones de carbono y la sostenibilidad,
supondría realmente un cambio radical.
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Traducción de Álvaro San
José.
Céline
Charveriat es directora ejecutiva del Institute for European
Environmental Policy (IEEP).
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AUTOR
Céline Charveriat
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