Sobre las edificaciones, la
movilidad o las sinergias que se crean en las urbes sobrevuela la necesidad de
pensar en la belleza y la sostenibilidad. Así lo creen en la Red Mundial de
Ciudades y Gobiernos Locales
Escena de la ciudad de Malmö, en
Suecia, modelo de sostenibilidad.
WERNER NYSTRAND/FOLIO/IMAGEBANK.SWEDEN.SE
Jeju (Corea del Sur) 14 JUL 2017 - 07:49 CEST
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“Hemos construido más que todas las
generaciones juntas, pero en nuestro legado no habrá nunca pirámides”. Lo dijo
hace unos años el arquitecto holandés Rem
Koolhaas, señalando esa volatilidad que caracteriza lo moderno. Relaciones
interpersonales, edificios o arte: todo pende sobre el hilo de lo cambiante. Y
sin solidez, el concepto de cultura se queda vacío de contenido. Estéril ante
un presente que aboga por lo pasajero antes que por lo estable. Para que algo
germine, y sin necesidad de retroceder hasta los griegos o los egipcios, hace
falta voluntad. Estrategia. No solo en un ámbito concreto, sino en cada una de
las sinergias que se crean en cualquier entorno.
En el urbano, el flujo es mayor.
Movilidad, diseño o medio ambiente se conjuran para que la herencia futura no
pase desapercibida en los libros de historia. Cada región tiene el significado
que el tiempo le ha dado, se escuchó en la II Cumbre de
Cultura de la Red Mundial de
Ciudades y Gobiernos Locales (CGLU, en sus siglas en inglés), celebrada en
la isla de Jeju (Corea del Sur) en mayo. Ese poso de saberes comienza con el
propio lenguaje y con la batalla por infundir una belleza duradera a nuestro
alrededor.
“Hay que buscar métodos de
articulación de la cultura en otras áreas de la intervención municipal”,
adelantó Catarina
Vaz Pinto, concejala de cultura del ayuntamiento de Lisboa. Siguiendo los
dos documentos internacionales que se han propuesto hacer de esto una realidad
-la Agenda 21 y
los Objetivos
de Desarrollo Sostenible, acordados por la Organización de las Naciones Unidas
(ONU)- los centenares de participantes, representantes locales de los cinco
continentes, expresaron sus propuestas, analizaron proyectos e intercambiaron
ideas para hacer realidad ese aforismo tomado al autor uruguayo Eduardo
Galeano: “Tenemos mucho pasado por delante”.
Dentro de esta narrativa común,
el análisis, la adecuación de recursos y la expansión de una mentalidad de lo
sostenible deben ser el eje sobre el que encarar el ya adolescente siglo XXI.
Un ejemplo es Malmoe, en Suecia. Con un sistema de fomento del transporte
público que lleva a entre un 30 y un 40% de sus vecinos a moverse en bici a
diario o con un programa de hasta 300 espectáculos en verano, esta ciudad
abandera el lema de que “la cultura es un derecho humano”. “Malmoe cuenta con
unos 320.000 habitantes; la mitad son menores de 35 años; conviven 178
nacionalidades y el 12% proviene de padres nacidos fuera”, enumeró Carina
Nilsson, la vicealcaldesa. “Esa diferencia es la que crea cultura, que
necesita una infraestructura para poder crecer”, apuntó.
Nada surge de la nada. Si no hay
acciones precisas, si no se muestran las alternativas, la frase de Koolhaas
seguirá vigente hasta la eternidad. Que el encuentro tuviera lugar en Jeju
(después de pasar
por Bilbao en 2015) tuvo un valor añadido. Esta isla volcánica ha tenido
que enfrentarse últimamente a la desenfrenada erupción de la tecnología en
Corea del Sur. Incluida en 2011 entre las Siete Maravillas
Naturales del Mundo, las autoridades han invertido billones de wones (la
moneda nacional) para atraer empresas y visitantes sin que se perdiera la
riqueza ambiental, de 134 especies endémicas. De 74 kilómetros de largo y 41 de
ancho, sus neones aflorados con el desembarco de turistas peninsulares también
esconden un sistema de reciclaje minucioso o una protección acérrima de
la masa forestal en el Monte Halla, el más alto del país (1.950
metros).
¿Cómo imitarla? “Necesitamos
opiniones concretas para objetivos concretos”, resaltó Jordi Baltá. El
asesor de la comisión de cultura de CGLU insistió en la idea de pensar en
perspectiva para, desde un nivel local, acercarse a una red universal. Más o
menos el sentido hacia el que se dirigió Sakina Khan,
subdirectora de la oficina de planificación de Washington DC. “La capital de
Estados Unidos es una metrópoli muy grande, pero es una población de barrios y
comercios locales”, expuso. “Toda infraestructura es un escenario y cada
residente es un performer”, agregó. “Cada uno tiene en sí mismo la
habilidad de ser un artista, solo depende de cómo extraigas esa expresión”,
subrayó. “Hemos aprendido que había que contar la historia de todas las
comunidades y que la calle es una construcción colectiva”.
ALBERTO G. PALOMO
No faltaron ejemplos de estas
pequeñas actuaciones desde lo próximo, como la Biblioteca
Municipal de Marvila, en Lisboa. Su construcción en 2016 ha revitalizado
este barrio del noreste, otorgando espacios de intercambio para todos los
residentes. Inmuebles vanguardistas y útiles que Violeta
Seva, asesora del alcalde de la ciudad de Makati, quiere adoptar en este
centro financiero de 27 kilómetros cuadrados que pasa de 500.000 a 3.000.000 de
habitantes por el día. “Estamos convencidos de que la cultura tiene un papel
fundamental. Incluso haciendo planes de futuro tenemos que pensar en nuestro
antepasados”, concluyó, haciendo hincapié en “acercar la cultura técnica a
la gente”.
Porque a veces parece que la
cultura es solo lo que se encuentra entre cuatro paredes: los cuadros de un
museo, los libros de una biblioteca o las proyecciones en pequeños círculos
cinematográficos. Y, si nos acercamos a la definición oficial, es todo el
cúmulo de conocimientos. De lo tangible hasta lo etéreo. Y no es algo estanco:
cambia con el devenir de las generaciones. Se modifica según las nuevas
corrientes, da marcha a tras, se reinventa. “Cultura no es solo de quien se
dedica a ello sino del desarrollo que produce: social, urbano, humano y
económico”, se afirmaba en cada intervención de las jornadas.
También se habló de resiliencia,
ese anglicismo que define la capacidad para superar los cambios. Se utiliza
para las personas, pero las ciudades han de incluirla en su vocabulario
teniendo en cuenta su fugaz transformación. En 2030, según
cálculos de la ONU, habrá 8.501 millones de personas en la Tierra (frente a
los 7.349 de 2015, año del informe). El crecimiento más rápido se dará en
África, donde la gente se concentrará en medios urbanos y alimentará al 66% que
–prevé la organización– vivirá en ciudades, cuando hasta hace unas décadas
imperaba la vida rural.
“Necesitamos democracia,
participación y reciclaje de espacios vacíos”, zanjó Lorena
Zárate, presidenta de la Coalición Internacional Hábitat. “Solemos hablar
de las ciudades como una construcción ascendente, siempre más y más. Pero si
queremos sostenibilidad y bien común, tenemos que pensar en la reordenación de
núcleos urbanos”. Quizás así sedimente un acervo férreo, en contra de la cita
de Koolhaas sacada del libro Prólogo
para una guerra, de Iván Repila, donde también se dice que “la arquitectura
es la voluntad de una época trasladada al espacio: vivo, cambiante, nuevo”.
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