Si existe salvación en vida para
las almas atormentadas de São Gabriel, ella debería vivir en una calle situada
entre la iglesia católica y el campito de fútbol, que reúne todos los frentes
institucionales de combate al suicidio de la ciudad. Comenzando por la casita
blanca del Consejo Tutelar, donde la presidenta Belmira da Silva Melgueiro
recibe a los visitantes con una sonrisa en el rostro. “Este año de 2014 no
conocimos ningún índice de suicidio de adolescente”, afirma, aunque los datos
enviados a Agencia Pública muestren que la
alcaldía registró por lo menos tres casos: una niña de 14 años, un niño de
la misma edad y una joven de 18.
Los últimos casos de los que ella
se acuerda ocurrieron en 2012. “Hoy no es más así”, garantiza. “No sé
responderte por qué bajó. Tuvo una época en que era uno detrás del otro, a
veces tres al día, uno no estaba ni bien enterrado, otro ya estaba muriendo”,
recuerda. Y se arriesga a decir: “Era cierto que era droga. Y bebida más por
parte de la familia. Sólo que hubo niñas y muchachos también que no conseguimos
mucho entender, porque en la época hubo suicidio de niñas que nunca tuvieron
problemas ni con la familia ni con drogas”.
Belmira hace una lista de memoria
de las medidas tomadas en aquella época: marchas por la vida capitaneadas por
el Consejo Tutelar, por el Consejo de Derechos Humanos y por el Programa
Sentinela, vinculado al Ministerio de Desarrollo Social, además de reuniones
periódicas en las escuelas en las cuales “nos llamaban para estar exponiendo
sobre la importancia de la vida”. Para alcanzar a las comunidades, el Consejo
usó barcos cedidos por la parroquia “porque nosotros no tenemos esa logística
para salir de aquí”. Pero esas acciones, ella reconoce, no resistieron al
tiempo y al olvido. “De aquella época para acá, la situación social sólo
empeoró. Casos de depresión [de adolescentes] hay, sí. Aquí hay bastante.
Agarramos esos casos y los encaminamos para el Creas [Centro de Referencia
Especializado de Asistencia Social]; cuando es problema de alcohol,
encaminamos para el Caps [Centro de Atención Psicosocial], que trabaja. Pero la
depresión no ha llevado más a suicidio, gracias a Dios”.
Para saber cómo los niños
encaminados son recibidos en el Caps, vinculado con el Ministerio de Salud,
basta andar dos cuadras. La casa queda ahí mismo, en la misma acera. En ella
trabaja una joven psicóloga, Fernanda Peinado, encargada de coordinar el
atendimiento a pacientes con trastornos mentales y problemas relacionados con
el alcohol. Ella cuenta que en el Caps los jóvenes reciben acompañamiento
psicológico y después pasan por talleres terapéuticos y –en teoría- también son
vistos por un médico. No obstante: “Nuestro equipo también está muy
menoscabado. La médica se fue, la enfermera se fue, entonces siempre estamos
pasando por un problema de falta de equipo”, suspira.
En diciembre del año pasado, el
Caps abría las puertas apenas por la mañana, hasta el mediodía. Fernanda era la
única psicóloga del centro, encargada de dar apoyo a los cerca de 120
prontuarios “activos”, entre adolescentes en depresión, pacientes con trastorno
psiquiátrico, hasta el más común, indígenas que abusan del alcohol. “Los
equipos en las unidades están rotando: un equipo trabajó la semana pasada y
otro, ahora. No es posible trabajar de mañana y de tarde”.
Apenas un mes antes, Fernanda
recibió una llamada a las siete de la mañana: uno de sus pacientes intentaba
matarse. La joven psicóloga nunca había vivido esa situación. Fue corriendo
hasta la orilla del río. “Él estaba intentando lanzarse a la cascada y todos
los familiares estaban allá intentando ayudar. Cuando llegué, estaba totalmente
trastornado, fuera de sí”. Después de alguna conversación, consiguió calmarlo y
llevarlo al hospital. Hoy, el muchacho está en tratamiento en Manaos. Se trata
de un final feliz. Cinco meses antes, otro paciente fue llevado por las aguas
negras. “Después pude hacer un rescate de su historial. Uno ve que ya tenía depresión,
ya era un hombre, 33 años, pero, después de que la esposa resolvió separarse,
él no vio más sentido en la vida. En esa época, yo estaba de permiso de
maternidad, no había otra psicóloga, sólo la enfermera, y ahí él se quedó medio
desamparado. Ya no había sido la primera tentativa”.
Atravesando la calle, se
encuentra la institución que debería funcionar como salvaguardia mayor de los
indios que viven en aldeas. Es el edificio del DSEI, el Distrito Sanitario
Especial Indígena, donde 25 equipos de salud y tres médicos cuidan de la salud
de cerca
de 38 mil indios en 673 aldeas. El DSEI comprende el área de otros dos más
municipios bañados por el río Negro, además de São Gabriel: Barcelos, el
segundo mayor del país, y Santa Isabel. Es un área que equivale a casi dos
estados de São Paulo.
Ângelo Henrique dos Santos
Quintanilha, ex-director del distrito, dice que “hoy los equipos están bien más
preparados” para lidiar con casos de suicidas entre los indios que viven en
aldeas. Él es el más antiguo funcionario del DSEI –ex militar, en la década de
los noventa fue a servir en São Gabriel y decidió quedarse. Ayudó a fundar el
órgano en 2000. “En aquella época, no teníamos un psicólogo para orientar
cuando había algún caso así. Hoy, cuando hay un caso, ya tenemos a la
psicóloga, y ahí ella trabaja con el equipo, y el equipo ya va preparado”. En
los últimos años, el distrito elaboró líneas de acción y prevención y una ficha
específica de investigación del óbito auto infringido. Pero la principal
acción, explica él, es el seguimiento de las familias de las víctimas, después
del acontecimiento de las muertes y, no obstante, cuando es posible. En todo
este tiempo de trabajo, el jefe del distrito siempre evitó el contacto directo
con las víctimas. “Es una cosa particular mía. No voy a ver al difunto. Aún más
si él se ahorcó. Yo soy medio espiritista también, yo me estremezco de eso
ahí”.
Al equipo del DSEI le cabe registrar,
investigar y reportar al Ministerio de Salud todos los casos de suicidio
ocurridos en el interior. Los números son contabilizados durante las
“entradas”, que ocurren de la siguiente manera: un equipo de tres o cuatro
miembros viaja hasta cuatro días para llegar a uno de los 25 polos-base de
atención –construcciones que sirven de “puerta de entrada” a los SUS [Servicio
Único de Salud, por sus siglas en portugués, son los centros médicos de la red
federal de salud en Brasil], desde donde los pacientes pueden ser encaminados
para hospitales mejor preparados. A lo largo de un mes, el equipo visita el
área de influencia de determinado polo-base, que puede llegar a 110 aldeas.
Ahí, los técnicos tienen que llenar la ficha de notificación/investigación de
la muerte, buscando recoger informaciones en la comunidad.
Pero “normalmente el equipo
vuelve sin información o muy poca”, dice la psicóloga Valéria Magalhães, que
coordina el trabajo en el área de São Gabriel da Cachoeira. “Normalmente es ‘ah
yo llegué ahí y ellos estaban en la huerta, no encontré a nadie’, o entonces
encuentran a una persona que dice que no tiene nada para decir”.
El año pasado, la situación llegó
a un punto caótico. Los equipos de salud dejaron de ir a las aldeas por varios
meses seguidos; los prácticos (choferes de los barcos) entraron en huelga por
falta de pago.
Valéria es la única psicóloga que
atiende en la Casa de Salud Indígena (Casai), centro que acoge a los indios de
aldeas que necesitan de seguimiento médico prolongado en la ciudad. Es
responsable, también, por preparar y oír a los equipos en sus problemas de
relación con los indígenas. Muchas veces, tienen dificultad en lidiar con
lo que es la enfermedad y lo que es la cura para los indios. Es común que se
resientan, por ejemplo, cuando ellos prefieren acudir a los chamanes cuando
están enfermos. O entonces, que los chamanes se resientan con los enfermeros
del DSEI. “La verdad es que lo que nosotros conocemos de nuestra psicología no
se encaja en la realidad indígena. Tenemos que desvencijarnos de este nuestro
conocimiento para intentar entender el de ellos y ver en qué podemos
contribuir”, dice. Por eso, ella siente falta de antropólogos en el DSEI.
“Hasta en esa cuestión del suicidio, los antropólogos pueden ayudarnos a
entender lo que es un suicidio para el indígena, porque nosotros no estamos
preparados para eso”, explica. “No ponen [ningún antropólogo]. Es impresionante
eso”.
Las
directrices de atención a la salud mental indígena fueron establecidas
por el Ministerio de Salud en 2007, por medio de la Ordenanza 2.759. Uno de los
principales motivos fue exactamente el alarmante índice de suicidios entre los
indígenas brasileños, con especial énfasis para el Guarani-Kaiowá de Mato
Grosso do Sul. Pero el Informe
de Gestión de la Secretaría Especial de Salud Indígena de 2013, el más
reciente disponible, subraya que los parámetros de actuación de los
profesionales en la salud mental indígena “aún no fueron definidos de manera
adecuada” y que “los pocos datos epidemiológicos disponibles eran recolectados
de manera heterogénea por los diferentes DSEI a partir de instrumentos de
recolección propios elaborados por los profesionales de salud. De esa manera,
el material recogido de las diferentes realidades no era susceptible de
sistematización y análisis por el nivel central”.
Las fallas en la recolección de
datos sobresalen entre los casos resaltados en este reportaje. El caso de
Tiago Lima, el hijo de Zeferino y primo de Almerinda Ramos que se mató, por
ejemplo, no aparece en la tabla del DESEI/ARN enviada a la Agencia
Pública. Del mismo modo, el caso de suicidio relatado por Fernanda
Peinado, del Caps, no está registrado en la
primera lista enviada por la alcaldía, que enumera apenas los casos de
muerte por ahorcamiento. Tampoco son registrados por la alcaldía, según el
coordinador de vigilancia epidemiológica, la etnia de aquellos que consumaron
la muerte voluntaria.
Ya en 2011, la detallada
investigación hecha por el MPF señalaba la urgencia de sanar la desinformación
sobre los casos de muerte auto infligida, “mucho peor en las áreas citadinas”,
escribió el perito Walter Coutinho Jr. Según el informe, no existe ninguna
instancia que se responsabilice por el registro de todas las muertes, sea en la
ciudad o en las aldeas, ni por el registro de intentos, un elemento esencial en
la estrategia de prevención recomendada por el MPF. Los que intentaron el
suicidio, por ejemplo, deberían recibir atención especial durante por lo menos
seis meses, para evitar la reincidencia. Otro punto resaltado por el MPF es que
“el ‘saber ancestral’ indígena continúa siendo ignorado en el contexto de las
instituciones locales”. El MPF recomienda que haya un esfuerzo para la “real
participación de chamanes y curanderos en los itinerarios terapéuticos
adoptados en el ámbito del DSEI Alto Río Negro y servicios municipales de
salud”.
El párrafo final del informe
–que, es bueno decirlo, continua sumariamente ignorado por los órganos
competentes- concluye: “De un modo general las iniciativas que contribuyen para
la valorización de la comunidad étnica y de la cultura indígena, proporcionando
el refuerzo de la organización interna de las comunidades y la reafirmación de
los lazos sociales y familiares, tienden a ejercer un efecto positivo para erradicar
o disminuir la existencia de suicidios en el panorama alto-rionegrino
contemporáneo. Por medio de ellas, los indígenas (específicamente los más
jóvenes) tienen las oportunidades de reconectarse con su historia y vislumbrar
un devenir colectivo significativo (…) y que permite tanto como posible, la
reconciliación entre la vida y la muerte”.
Buscado insistentemente para
comentar la situación del DSEI y las acciones de combate a los suicidios
indígenas, la asesoría de comunicación del Ministerio de Salud no respondió a
las preguntas de Agencia Pública.
En busca de Maximiliano
En la salita que ocupa en el edificio de la Fundación Oswaldo Cruz, en Manaos, repleta de libros y papeles apilados desordenadamente sobre la mesa, el médico psiquiatra e investigador Maximiliano Loiola Ponte de Souza es uno de los pocos que se han ocupado con afinco al espinoso tema de los suicidios rionegrinos dispuesto, de hecho, a entenderlo. Él pasó parte de los últimos siete años en la “ciudad de los indios”, el distrito de Iauaretê, donde la lengua más oída es el Tukano, los blancos son pocos y las callecitas características de aglomerados urbanos amazónicos tienen placas en diversas lenguas indígenas. Su punto de partida fueron sus investigaciones de maestría y doctorado, la primera sobre la violencia entre los nativos y la segunda sobre el alcoholismo. De ellas, trajo una comprensión rara de quiénes son a fin de cuentas aquellas personas que pasan por tamaña aflicción. Como la importancia de escuchar a los sabios, los “intelectuales nativos”, como define. “Yo uso el mito para comprender no lo que ocurre, sino cómo las personas entienden lo que ocurre”. El suicidio, dice él, tiene características inherentes al individuo, atributos del mundo social y atributos del mundo espiritual, “que de forma sinérgica actúan haciendo a las personas vulnerables al suicidio”.
Maximiliano distingue un patrón
en los casos de suicidios narrados por los indígenas: “Usted tiene un conflicto
previo, que muchas veces tiene que ver con cuestiones de sexualidad o de
obediencia a las reglas. Y ahí, en el momento del uso del alcohol, ese
conflicto se reagudiza”. La clave, dice él, son las normas de coexistencia
social, que en el río Negro están imbuidas de los valores tradicionales y
definen con quién tú comes, con quién tienes relaciones sexuales, con quién no
las tienes. “Ahora, resumir que la culpa es del alcohol es muy poco”, afirma.
El alcohol, como bebida siempre
disponible, es un fenómeno relativamente nuevo: algunas décadas atrás, el
transporte precario dificultaba la oferta. Los indios, desde siempre, usaban el caxiri,
bebida fermentada hecha de yuca y maíz, exclusivamente por las mujeres, y
apenas para las fiestas. Y entonces todos bebían, desde los niños a los
ancianos, hasta caer al piso; despertarse y bailar, todo de nuevo, al día
siguiente. La fiesta duraba cuanto tiempo durase el caxiri. “Ese era el
momento de resolución de los conflictos, sea apaciguando, haciendo nuevas
alianzas o hasta a golpes”, explica Maximiliano.
En su tesis de doctorado, él
explica: que permanece la idea de “beber hasta que se acabe lo que se tiene,
hasta caer”. Y, “como ellos dicen, en la ciudad la bebida no acaba”. Ni en las
comunidades. En São Gabriel, se dice, mientras los blancos beben para olvidar,
los indios beben para recordar. “Antes, por ejemplo, yo podía tener un problema
con un tipo, liarme a golpes con el tipo, mi familia se convertía enemiga de la
de él, yo agarraba mis tereques, iba para otro lado del río. Y no iba a
convivir con él en lo cotidiano”. El punto fundamental de esa nueva
convivencia, como ya señalaba el estudio de ISA y de Foirn, es la escuela. “La
escuela es la creadora del concepto de juventud”, dice. Y la juventud, criada
por los internados salesianos, que capitanea la emigración para las ciudades,
en busca de educación y un futuro mejor, y hereda sus brutales consecuencias”.
Mientras recoge sus papeles
anotados, dibujados, él se pregunta en voz alta cuál sería la mejor manera de
que la salud pública intervenga en ese problema. “Eso es mirado como algo en el
campo de la salud mental. Pero yo, sinceramente, no sé si es por ahí, pero
también, sinceramente, no sé si no lo es. ¿Sería el camino irnos a la
psiquiatría o por una estrategia que la gente que trabaja con barrios y
favelas, que trabaja con estrategias populares de mediación de conflictos? Eso
porque, si el problema es el conflicto, yo tengo que enfrentar el conflicto, y
no la depresión”, dice. “Porque, no seamos ingenuos, no vamos a acabar con los
conflictos”.
Maximiliano no deja de lado
también lo que llama de “dimensión espiritual” del suicidio. Habla sobre la
creencia, muchas veces escuchada, de que los espíritus de aquellos que se matan
se quedan en la tierra, vuelven para jalar a aquellos que eran cercanos a ellos
en vida. “Es como si fuese un tira y afloja entre los vivos y los muertos”,
explica. Y detalla: “Está bien documentada la existencia de lo que los
estudiosos de salud pública llaman de ‘suicidio por contagio’. Entre pequeñas
poblaciones tradicionales y rurales, eso está muy bien documentado. Hay varios
estudios que demuestran que el suicidio tiene alguna dinámica en la cual las
personas interrelacionadas se matan en cadena. Yo creo que la tesis de los
espíritus que vienen a buscar tiene, de alguna manera, relación con eso. No
deja de ser el modo nativo de explicarlo”.
Y reflexiona sobre una palabra:
contagio. “Mire cómo nosotros, del mundo occidental, leemos la cosa. Como un
‘contagio’. Porque tenemos nuestro arcabuz de mitos que existe una cosa llamada
bacteria, que pasa de uno a otro. Lo que hace la conexión de la enfermedad
pasar de una persona para otra es la tal bacteria. En la concepción nativa,
ellos posiblemente experimentan la misma vivencia, que es la de observar que
personas próximas se acaban matando. Solo que el repertorio explicativo dele va
a beber de las fuentes de su cosmología, de la relación del mundo natural, de
los espíritus, etc. Son estrategias, delante del mismo fenómeno –personas
asociadas como próximas unas de otras se matan-, para explicar por qué eso
ocurre”.
El chamán-ocelote
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“¿Alguien del gobierno vino a
buscarlo, don Mandu?”. La respuesta es un movimiento negativo de cabeza. Ningún
servicio de salud, psicólogo o miembro del gobierno buscó a don Mandu, uno de
los más poderosos chamanes que vive hoy en São Gabriel da Cachoeira, único
chamán-ocelote del pueblo Baniwa que sigue vivo, conocido por su sabiduría
chamánica ancestral. Los chamanes-ocelote son el nivel más avanzado del
chamanismo entre los Baniwa; su entrenamiento demora cerca de diez años.
Don Mandu – Manoel da Silva en el
registro – está considerado un “tesoro vivo” por la Fundación para
Estudios Chamánicos, una organización sin fines de lucro, con sede en
California, y motivó la construcción de la primera Escuela
de Chamanes, en el río Ayari, para que él pudiese enseñar a los más
jóvenes. El poder de don Mandu es tan grande que él hace que la enfermedad del
mundo se convierta en una piedra negra mientras bendice a sus clientes, que
llegan a pagar de 150 a 200 reales (entre 30 y 50 dólares) por una sesión.
Ercília, la hija, dice que el padre tiene 94 años, y es quien traduce el
discurso vehemente en Baniwa de don Mandu sobre los “ahorcamientos”, en
respuesta a las preguntas de la reportera. Sólo la edad le hace pausar y dejar
que la hija hable a gusto, interpretándolo. A veces la corrige –tanto en
portugués como en Baniwa- y la voz salta por encima de ella. “Antiguamente no
tenía, no, ahora que aparece…”.
En la última década, su casa, que
queda en los fondos de una callejuela de tierra y maleza en el barrio de Padre
Cícero, fue el lugar adonde acudieron decenas de familias que enfrentaban los
intentos de suicidio. Fue a él que Elizabeth da Silva buscó cuando intentaba
apaciguar a la prima de Laísa, que la veía constantemente después de la muerte.
“Él nos ayudó mucho”, dice Elizabeth. “Nosotros, que somos indios, creemos en
estas cosas también”.
La hija de don Mandu cuenta que
el último cliente, de carne y hueso, en ser tratado, paso por ahí en 2013, un
chico Tukano de 19 años. “Se emborracha, ahí no sabe lo que está haciendo,
agarra la cuerda porque en el oído de él dice que escucha… Así que él escucha:
‘Anda rápido a agarrar la cuerda, que te quiero ver amarrado del cuello para
que ti quedes igual que mi’. Ahí él amarró”. La madre lo vio, así colgado, y
consiguió cortar la horca con un terciado. Cuando volvió en sí, el chico le
suplicó a la madre para ser llevado a un curandero.
El chamán-ocelote dice haber
visto personalmente al tal espíritu hace unos tres años. “Él dice que es un
negro… Negro alto. Fuerte. Él dice que lo vio como a una persona, igual. Pero
sólo que era bien negro. Negro, alto, bien fuerte”, describe la hija. Pregunto
si el chamán-ocelote alguna vez escuchó hablar de una figura de negro que las
niñas de la Maria Inês Penha decían ver, llamándolas. “Él mismo. Es él mismo.
Sólo hay uno”, responde don Mandu. En el encuentro con el espíritu, el chamán
le pidió que no tocase a su familia. En seguida él alertó a Ercília: “Mira,
hija, vamos a esperar una semana. Dentro de una semana aquí en este pedacito de
nuestro barrio va a ocurrir una muerte, porque el espíritu malo va pasá aquí”.
Una semana después, un vecino fue
encontrado ahorcado, pendiendo sobre la cerca de alambre. Era el segundo de la
familia en suicidarse. “Un muchacho bonito. Harlem”, dice Ercília. Con otros
ahorcamientos “de familia”, don Mandu explica que el espíritu del hermano se
había quedado vagando por ahí. “Eso ocurre con quien se mata así”, dice
Ercília. “Ahorcado… porque de repente no es la hora de que se vayan, ¿no? Ahí
ellos se quedan así, perturbando a los otros”.
Ese espíritu negro que continúa
asustando a los barrios de São Gabriel es poseedor de una cuerda, un lazo y
viaja por el cielo, en la narrativa del chamán. “Después él manda, él viene
bajando, bajando, hasta entrar. Ahí entra aquí, después, él hala para sujetar…
La cuerda viene de allá arriba”, dice don Mandu bajito, como la voz callosa le
permite. “Ahí él jala”, y hace el gesto, como si fuese a agarrar una presa. El
objeto que él simula usar al representar al espíritu no es ni una horca ni un
lazo, sino un tipo de trilladora, urdimbre de paño que los indios usan para
atrapar la pesca y la caza que se arrastran por el piso.
Armando de Lima también vio la
horca. Pero el indio Tariana, padre de 15 hijos, no es famoso como don
Mandu. Prefirió mantener el secreto en familia como aprendió con el padre,
chamán poderoso. Él dedicó buena parte de su juventud a aprender, pasaba las
noches oyendo al padre contarle los mitos, mostrar cada una de las hierbas y
los dichos de las bendiciones. Repetía las palabras hasta que se impregnaran dentro
de si. Para cada mal, había una bendición correcta, decía el padre. “Van a
aparecer muchas cosas también que tú no vas a entender”, decía el padre,
anticipando lo que no tiene traducción en su lengua: que, en el futuro, habría
suicidios por ahorcamiento.
Armando olía paricá –
un polvo hecho de la semilla del árbol del mismo nombre – para hablar con los
espíritus y usaba un cigarro de tabaco “antiguo” para limpiar enfermedades. E
iba aprendiendo. El padre explicaba: “Muchas veces van a andar en el sueño, los
espíritus te van a contar, ahí tú bendices”.
En la primera vez, vio la cuerda
en un sueño. Venía –ella también, como la Cobra Canoa- de allá de Rio de
Janeiro. “Yo vi mucho mucho mucho mucho mucho mucho mucho yo estaba soñando,
¿no?, soñé, tenía ya dos horquillas allá en el cielo, yo soñando, la cuerda
estaba allá en Rio de Janeiro, la cuerda venía de allá, el lazo pasaba allá en
cima del tejado, llegaba allá la cuerda. Ahí llamaba esa cuerda, ¿no?, yo
viendo una casa así de allá de lo alto venía el lazo ahí venía tenía siempre
antena, dos antenas, como antena parabólica… Ahí ella llamaba como imán, esa
antena. Ahí yo veía a los niños, rodando, y gritaba, ahí él entraba allá ahí él
jalaba aquella cuerda, shhh, los atrapaba. Halaba a la persona que quería”.
Armando de Lima es uno de los
muchos chamanes que se valen de sus bendiciones para apaciguar la ola de
suicidios que acosa a São Gabriel. Pasó a bendecir a los alcanzados por la ola
de suicidios a pedido de un hermano suyo, que era profesor en la Maria Inês
Penha.
Tal vez la mayor bendición que hizo en su vida haya sido la que hizo por
las pobres niñas del Inês Penha, allá en el 2006. “La cuerda se llama ojo del
mal”, explica Armando. “Que tira, ¿no? Ahí él mismo se va a matar. Él decía, va
a ser como cuando hacemos trampas porque en nuestra costumbre la gente hacía
trampas matando peces, matando dantas y todo, halábamos la caña, colocábamos
una argolla. Una cuerda”. Padre de Almerinda Ramos, el viejo tiene que
constantemente entablar batallas por la vida de los propios hijos, que
intentaron el suicidio.
Su secreto fue olvidado durante
muchos años, después de que se mudó a la ciudad, graduando a los hijos
profesores, líderes indígenas. Para recordar, fue necesario morir. Ocurrió en
2003, cuando tuvo que hacerse una cirugía en el corazón. “Sólo que yo sé mucha
cosa, por eso estoy vivo. En el sueño me dijeron así, allá los espíritus: ‘Tú
vas a volver porque tienes un secreto, no tienes ninguna obra montada aquí en
la tierra’. Ahí en el sueño yo volví. Después comencé a trabajar, cuando estaba
bueno. Después de la operación. Después de que morí”.
Hoy, para llamar su bendición, él
ayuna desde la tarde anterior. Despierta a las cuatro, en el silencio de la
noche en la selva, agarra el tabaco o, con suerte, la brea, cuyo humo se
esparce aún más. Y comienza a rezar. “Como estaba soñando, estaba amarrado allá
en Rio de Janeiro, porque allá es donde comenzaron, digamos, fue allá que
comenzaron a vivir los indios , ¿no?, desde la creación. Entonces allá está
amarrada esta cuerda, amarra, pasa allá para encima, llega así el lazo. Ahí yo
tiro de ese lazo con mi secreto, con mi espíritu, ¿no?, enrolo… Tiro de allá,
enrolo y guardo allá en el cielo ese lazo. Ahí después yo hago para que la
persona, ¿no?, para la persona de cualquier una, alegría, de una alegría. La
alegría son como los pájaros. Tú ya viste un ruiseñor, tú ya viste ese… Cómo se
llama, japim, japim son dos, negro y rojo. Está el zorzal, está ese que habla,
no sé cómo es que se llama, con nombre, ¿no?, y está ese otro, más pajarito,
¿no?, de ese tipo, con ese llegamos al espíritu de él, llama para quedarse
tanto con niño y la mujer, ¿no? Ahí llamamos más…
Usted ya vio al cacique
negro, ya vio, ese gallo de la sierra, también ese pájaro grande que vive allá
alto, pájaro, con ese lo llamamos con espíritu, ¿no?, poder para que nos
quedemos con ellos, decir quédate con ellos en esa alegría. Después nosotros,
golondrina, que encima del palo, lo llama, se queda con él, ahí después están
de esos… De ese… Yo no sé cómo decir, hay… El pajarito bien pequeñito que está
todo por aquí hay, ese que llama bi-chian-chian bi-chian-chian
chi-chian-chian, él canta. Ahí de ese tipo, después de todo eso es el jefe
mismo, padre de él, jefe, rey de todos ellos, del bosque, decía mi padre que
era Jacamê. Ahí nadie más viene, él canta, grande, tu-tu-tu-tu-tu, yo
no sé si tú ya oíste tu-tu-tu-tu-tu, él canta, ¿no? Ahí, con ese cuerpo de
él llegamos, con esa alegría tenemos que estar. Yo rezo así, termino. Esa es mi
bendición”.
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