jueves, 25 de mayo de 2017

São Gabriel y Sus Sabios


Si existe salvación en vida para las almas atormentadas de São Gabriel, ella debería vivir en una calle situada entre la iglesia católica y el campito de fútbol, que reúne todos los frentes institucionales de combate al suicidio de la ciudad. Comenzando por la casita blanca del Consejo Tutelar, donde la presidenta Belmira da Silva Melgueiro recibe a los visitantes con una sonrisa en el rostro. “Este año de 2014 no conocimos ningún índice de suicidio de adolescente”, afirma, aunque los datos enviados a Agencia Pública  muestren que la alcaldía registró por lo menos tres casos: una niña de 14 años, un niño de la misma edad y una joven de 18.


Los últimos casos de los que ella se acuerda ocurrieron en 2012. “Hoy no es más así”, garantiza. “No sé responderte por qué bajó. Tuvo una época en que era uno detrás del otro, a veces tres al día, uno no estaba ni bien enterrado, otro ya estaba muriendo”, recuerda. Y se arriesga a decir: “Era cierto que era droga. Y bebida más por parte de la familia. Sólo que hubo niñas y muchachos también que no conseguimos mucho entender, porque en la época hubo suicidio de niñas que nunca tuvieron problemas ni con la familia ni con drogas”.

Belmira hace una lista de memoria de las medidas tomadas en aquella época: marchas por la vida capitaneadas por el Consejo Tutelar, por el Consejo de Derechos Humanos y por el Programa Sentinela, vinculado al Ministerio de Desarrollo Social, además de reuniones periódicas en las escuelas en las cuales “nos llamaban para estar exponiendo sobre la importancia de la vida”. Para alcanzar a las comunidades, el Consejo usó barcos cedidos por la parroquia “porque nosotros no tenemos esa logística para salir de aquí”. Pero esas acciones, ella reconoce, no resistieron al tiempo y al olvido. “De aquella época para acá, la situación social sólo empeoró. Casos de depresión [de adolescentes] hay, sí. Aquí hay bastante. Agarramos esos casos y los encaminamos para el Creas [Centro de Referencia Especializado de Asistencia Social]; cuando es problema de alcohol, encaminamos para el Caps [Centro de Atención Psicosocial], que trabaja. Pero la depresión no ha llevado más  a suicidio, gracias a Dios”.

Para saber cómo los niños encaminados son recibidos en el Caps, vinculado con el Ministerio de Salud, basta andar dos cuadras. La casa queda ahí mismo, en la misma acera. En ella trabaja una joven psicóloga, Fernanda Peinado, encargada de coordinar el atendimiento a pacientes con trastornos mentales y problemas relacionados con el alcohol. Ella cuenta que en el Caps los jóvenes reciben acompañamiento psicológico y después pasan por talleres terapéuticos y –en teoría- también son vistos por un médico. No obstante: “Nuestro equipo también está muy menoscabado. La médica se fue, la enfermera se fue, entonces siempre estamos pasando por un problema de falta de equipo”, suspira.

En diciembre del año pasado, el Caps abría las puertas apenas por la mañana, hasta el mediodía. Fernanda era la única psicóloga del centro, encargada de dar apoyo a los cerca de 120 prontuarios “activos”, entre adolescentes en depresión, pacientes con trastorno psiquiátrico, hasta el más común, indígenas que abusan del alcohol. “Los equipos en las unidades están rotando: un equipo trabajó la semana pasada y otro, ahora. No es posible trabajar de mañana y de tarde”.

Apenas un mes antes, Fernanda recibió una llamada a las siete de la mañana: uno de sus pacientes intentaba matarse. La joven psicóloga nunca había vivido esa situación. Fue corriendo hasta la orilla del río. “Él estaba intentando lanzarse a la cascada y todos los familiares estaban allá intentando ayudar. Cuando llegué, estaba totalmente trastornado, fuera de sí”. Después de alguna conversación, consiguió calmarlo y llevarlo al hospital. Hoy, el muchacho está en tratamiento en Manaos. Se trata de un final feliz. Cinco meses antes, otro paciente fue llevado por las aguas negras. “Después pude hacer un rescate de su historial. Uno ve que ya tenía depresión, ya era un hombre, 33 años, pero, después de que la esposa resolvió separarse, él no vio más sentido en la vida. En esa época, yo estaba de permiso de maternidad, no había otra psicóloga, sólo la enfermera, y ahí él se quedó medio desamparado. Ya no había sido la primera tentativa”.

Atravesando la calle, se encuentra la institución que debería funcionar como salvaguardia mayor de los indios que viven en aldeas. Es el edificio del DSEI, el Distrito Sanitario Especial Indígena, donde 25 equipos de salud y tres médicos cuidan de la salud de cerca de 38 mil indios en 673 aldeas. El DSEI comprende el área de otros dos más municipios bañados por el río Negro, además de  São Gabriel: Barcelos, el segundo mayor del país, y Santa Isabel. Es un área que equivale a casi dos estados de São Paulo.

Ângelo Henrique dos Santos Quintanilha, ex-director del distrito, dice que “hoy los equipos están bien más preparados” para lidiar con casos de suicidas entre los indios que viven en aldeas. Él es el más antiguo funcionario del DSEI –ex militar, en la década de los noventa fue a servir en São Gabriel y decidió quedarse. Ayudó a fundar el órgano en 2000. “En aquella época, no teníamos un psicólogo para orientar cuando había algún caso así. Hoy, cuando hay un caso, ya tenemos a la psicóloga, y ahí ella trabaja con el equipo, y el equipo ya va preparado”. En los últimos años, el distrito elaboró líneas de acción y prevención y una ficha específica de investigación del óbito auto infringido. Pero la principal acción, explica él, es el seguimiento de las familias de las víctimas, después del acontecimiento de las muertes y, no obstante, cuando es posible. En todo este tiempo de trabajo, el jefe del distrito siempre evitó el contacto directo con las víctimas. “Es una cosa particular mía. No voy a ver al difunto. Aún más si él se ahorcó. Yo soy medio espiritista también, yo me estremezco de eso ahí”.

Al equipo del DSEI le cabe registrar, investigar y reportar al Ministerio de Salud todos los casos de suicidio ocurridos en el interior. Los números son contabilizados durante las “entradas”, que ocurren de la siguiente manera: un equipo de tres o cuatro miembros viaja hasta cuatro días para llegar a uno de los 25 polos-base de atención –construcciones que sirven de “puerta de entrada” a los SUS [Servicio Único de Salud, por sus siglas en portugués, son los centros médicos de la red federal de salud en Brasil], desde donde los pacientes pueden ser encaminados para hospitales mejor preparados. A lo largo de un mes, el equipo visita el área de influencia de determinado polo-base, que puede llegar a 110 aldeas. Ahí, los técnicos tienen que llenar la ficha de notificación/investigación de la muerte, buscando recoger informaciones en la comunidad.

Pero “normalmente el equipo vuelve sin información o muy poca”, dice la psicóloga Valéria Magalhães, que coordina el trabajo en el área de São Gabriel da Cachoeira. “Normalmente es ‘ah yo llegué ahí y ellos estaban en la huerta, no encontré a nadie’, o entonces encuentran a una persona que dice que no tiene nada para decir”.
El año pasado, la situación llegó a un punto caótico. Los equipos de salud dejaron de ir a las aldeas por varios meses seguidos; los prácticos (choferes de los barcos) entraron en huelga por falta de pago.

Valéria es la única psicóloga que atiende en la Casa de Salud Indígena (Casai), centro que acoge a los indios de aldeas que necesitan de seguimiento médico prolongado en la ciudad. Es responsable, también, por preparar y oír a los equipos en sus problemas de relación con los indígenas. Muchas veces, tienen dificultad en lidiar con  lo que es la enfermedad y lo que es la cura para los indios. Es común que se resientan, por ejemplo, cuando ellos prefieren acudir a los chamanes cuando están enfermos. O entonces, que los chamanes se resientan con los enfermeros del DSEI. “La verdad es que lo que nosotros conocemos de nuestra psicología no se encaja en la realidad indígena. Tenemos que desvencijarnos de este nuestro conocimiento para intentar entender el de ellos y ver en qué podemos contribuir”, dice. Por eso, ella siente falta de antropólogos en el DSEI. “Hasta en esa cuestión del suicidio, los antropólogos pueden ayudarnos a entender lo que es un suicidio para el indígena, porque nosotros no estamos preparados para eso”, explica. “No ponen [ningún antropólogo]. Es impresionante eso”.

Las directrices de atención a la salud mental indígena fueron establecidas por el Ministerio de Salud en 2007, por medio de la Ordenanza 2.759. Uno de los principales motivos fue exactamente el alarmante índice de suicidios entre los indígenas brasileños, con especial  énfasis para el Guarani-Kaiowá de Mato Grosso do Sul. Pero el Informe de Gestión de la Secretaría Especial de Salud Indígena de 2013, el más reciente disponible, subraya que los parámetros de actuación de los profesionales en la salud mental indígena “aún no fueron definidos de manera adecuada” y que “los pocos datos epidemiológicos disponibles eran recolectados de manera heterogénea por los diferentes DSEI a partir de instrumentos de recolección propios elaborados por los profesionales de salud. De esa manera, el material recogido de las diferentes realidades no era susceptible de sistematización y análisis por el nivel central”.

Las fallas en la recolección de datos sobresalen entre los casos resaltados en este reportaje. El caso de  Tiago Lima, el hijo de Zeferino y primo de Almerinda Ramos que se mató, por ejemplo, no aparece en la tabla del DESEI/ARN enviada a la Agencia Pública. Del mismo modo, el caso de suicidio relatado por Fernanda Peinado, del Caps, no está registrado en la primera lista enviada por la alcaldía, que enumera apenas los casos de muerte por ahorcamiento. Tampoco son registrados por la alcaldía, según el coordinador de vigilancia epidemiológica, la etnia de aquellos que consumaron la muerte voluntaria.

Ya en 2011, la detallada investigación hecha por el MPF señalaba la urgencia de sanar la desinformación sobre los casos de muerte auto infligida, “mucho peor en las áreas citadinas”, escribió el perito Walter Coutinho Jr. Según el informe, no existe ninguna instancia que se responsabilice por el registro de todas las muertes, sea en la ciudad o en las aldeas, ni por el registro de intentos, un elemento esencial en la estrategia de prevención recomendada por el MPF. Los que intentaron el suicidio, por ejemplo, deberían recibir atención especial durante por lo menos seis meses, para evitar la reincidencia. Otro punto resaltado por el MPF es que “el ‘saber ancestral’ indígena continúa siendo ignorado en el contexto de las instituciones locales”. El MPF recomienda que haya un esfuerzo para la “real participación de chamanes y curanderos en los itinerarios terapéuticos adoptados en el ámbito del DSEI Alto Río Negro y servicios municipales de salud”.

El párrafo final del informe –que, es bueno decirlo, continua sumariamente ignorado por los órganos competentes- concluye: “De un modo general las iniciativas que contribuyen para la valorización de la comunidad étnica y de la cultura indígena, proporcionando el refuerzo de la organización interna de las comunidades y la reafirmación de los lazos sociales y familiares, tienden a ejercer un efecto positivo para erradicar o disminuir la existencia de suicidios en el panorama alto-rionegrino contemporáneo. Por medio de ellas, los indígenas (específicamente los más jóvenes) tienen las oportunidades de reconectarse con su historia y vislumbrar un devenir colectivo significativo (…) y que permite tanto como posible, la reconciliación entre la vida y la muerte”.

Buscado insistentemente para comentar la situación del DSEI y las acciones de combate a los suicidios indígenas, la asesoría de comunicación del Ministerio de Salud no respondió a las preguntas de Agencia Pública.

En busca de Maximiliano


En la salita que ocupa en el edificio de la Fundación Oswaldo Cruz, en Manaos, repleta de libros y papeles apilados desordenadamente sobre la mesa, el médico psiquiatra e investigador Maximiliano Loiola Ponte de Souza es uno de los pocos que se han ocupado con afinco al espinoso tema de los suicidios rionegrinos dispuesto, de hecho, a entenderlo. Él pasó parte de los últimos siete años en la “ciudad de los indios”, el distrito de Iauaretê, donde la lengua más oída es el Tukano, los blancos son pocos y las callecitas características de aglomerados urbanos amazónicos tienen placas en diversas lenguas indígenas. Su punto de partida fueron sus investigaciones de maestría y doctorado, la primera sobre la violencia entre los nativos y la segunda sobre el alcoholismo. De ellas, trajo una comprensión rara de quiénes son a fin de cuentas aquellas personas que pasan por tamaña aflicción. Como la importancia de escuchar a los sabios, los “intelectuales nativos”, como define. “Yo uso el mito para comprender no lo que ocurre, sino cómo las personas entienden lo que ocurre”. El suicidio, dice él, tiene características inherentes al individuo, atributos del mundo social y atributos del mundo espiritual, “que de forma sinérgica actúan haciendo a las personas vulnerables al suicidio”.

Maximiliano distingue un patrón en los casos de suicidios narrados por los indígenas: “Usted tiene un conflicto previo, que muchas veces tiene que ver con cuestiones de sexualidad o de obediencia a las reglas. Y ahí, en el momento del uso del alcohol, ese conflicto se reagudiza”. La clave, dice él, son las normas de coexistencia social, que en el río Negro están imbuidas de los valores tradicionales y definen con quién tú comes, con quién tienes relaciones sexuales, con quién no las tienes. “Ahora, resumir que la culpa es del alcohol es muy poco”, afirma.

El alcohol, como bebida siempre disponible, es un fenómeno relativamente nuevo: algunas décadas atrás, el transporte precario dificultaba la oferta. Los indios, desde siempre, usaban el caxiri, bebida fermentada hecha de yuca y maíz, exclusivamente por las mujeres, y apenas para las fiestas. Y entonces todos bebían, desde los niños a los ancianos, hasta caer al piso; despertarse y bailar, todo de nuevo, al día siguiente. La fiesta duraba cuanto tiempo durase el caxiri. “Ese era el momento de resolución de los conflictos, sea apaciguando, haciendo nuevas alianzas o hasta a golpes”, explica Maximiliano.

En su tesis de doctorado, él explica: que permanece la idea de “beber hasta que se acabe lo que se tiene, hasta caer”. Y, “como ellos dicen, en la ciudad la bebida no acaba”. Ni en las comunidades. En São Gabriel, se dice, mientras los blancos beben para olvidar, los indios beben para recordar. “Antes, por ejemplo, yo podía tener un problema con un tipo, liarme a golpes con el tipo, mi familia se convertía enemiga de la de él, yo agarraba mis tereques, iba para otro lado del río. Y no iba a convivir con él en lo cotidiano”. El punto fundamental de esa nueva convivencia, como ya señalaba el estudio de ISA y de Foirn, es la escuela. “La escuela es la creadora del concepto de juventud”, dice. Y la juventud, criada por los internados salesianos, que capitanea la emigración para las ciudades, en busca de educación y un futuro mejor, y hereda sus brutales consecuencias”.

Mientras recoge sus papeles anotados, dibujados, él se pregunta en voz alta cuál sería la mejor manera de que la salud pública intervenga en ese problema. “Eso es mirado como algo en el campo de la salud mental. Pero yo, sinceramente, no sé si es por ahí, pero también, sinceramente, no sé si no lo es. ¿Sería el camino irnos a la psiquiatría o por una estrategia que la gente que trabaja con barrios y favelas, que trabaja con estrategias populares de mediación de conflictos? Eso porque, si el problema es el conflicto, yo tengo que enfrentar el conflicto, y no la depresión”, dice. “Porque, no seamos ingenuos, no vamos a acabar con los conflictos”.

Maximiliano no deja de lado también lo que llama de “dimensión espiritual” del suicidio. Habla sobre la creencia, muchas veces escuchada, de que los espíritus de aquellos que se matan se quedan en la tierra, vuelven para jalar a aquellos que eran cercanos a ellos en vida. “Es como si fuese un tira y afloja entre los vivos y los muertos”, explica. Y detalla: “Está bien documentada la existencia de lo que los estudiosos de salud pública llaman de ‘suicidio por contagio’. Entre pequeñas poblaciones tradicionales y rurales, eso está muy bien documentado. Hay varios estudios que demuestran que el suicidio tiene alguna dinámica en la cual las personas interrelacionadas se matan en cadena. Yo creo que la tesis de los espíritus que vienen a buscar tiene, de alguna manera, relación con eso. No deja de ser el modo nativo de explicarlo”.

Y reflexiona sobre una palabra: contagio. “Mire cómo nosotros, del mundo occidental, leemos la cosa. Como un ‘contagio’. Porque tenemos nuestro arcabuz de mitos que existe una cosa llamada bacteria, que pasa de uno a otro. Lo que hace la conexión de la enfermedad pasar de una persona para otra es la tal bacteria. En la concepción nativa, ellos posiblemente experimentan la misma vivencia, que es la de observar que personas próximas se acaban matando. Solo que el repertorio explicativo dele va a beber de las fuentes de su cosmología, de la relación del mundo natural, de los espíritus, etc. Son estrategias, delante del mismo fenómeno –personas asociadas como próximas unas de otras se matan-, para explicar por qué eso ocurre”.

El chamán-ocelote

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“¿Alguien del gobierno vino a buscarlo, don Mandu?”. La respuesta es un movimiento negativo de cabeza. Ningún servicio de salud, psicólogo o miembro del gobierno buscó a don Mandu, uno de los más poderosos chamanes que vive hoy en São Gabriel da Cachoeira, único chamán-ocelote del pueblo Baniwa que sigue vivo, conocido por su sabiduría chamánica ancestral. Los  chamanes-ocelote son el nivel más avanzado del chamanismo entre los Baniwa; su entrenamiento demora cerca de diez años.

Don Mandu – Manoel da Silva en el registro – está considerado un “tesoro vivo” por la  Fundación para Estudios Chamánicos, una organización sin fines de lucro, con sede en California, y motivó la construcción de la primera Escuela de Chamanes, en el río Ayari, para que él pudiese enseñar a los más jóvenes. El poder de don Mandu es tan grande que él hace que la enfermedad del mundo se convierta en una piedra negra mientras bendice a sus clientes, que llegan a pagar de 150 a 200 reales (entre 30 y 50 dólares) por una sesión. Ercília, la hija, dice que el padre tiene 94 años, y es quien traduce el discurso vehemente en Baniwa de don Mandu sobre los “ahorcamientos”, en respuesta a las preguntas de la reportera. Sólo la edad le hace pausar y dejar que la hija hable a gusto, interpretándolo. A veces la corrige –tanto en portugués como en Baniwa- y la voz salta por encima de ella. “Antiguamente no tenía, no, ahora que aparece…”.

En la última década, su casa, que queda en los fondos de una callejuela de tierra y maleza en el barrio de Padre Cícero, fue el lugar adonde acudieron decenas de familias que enfrentaban los intentos de suicidio. Fue a él que Elizabeth da Silva buscó cuando intentaba apaciguar a la prima de Laísa, que la veía constantemente después de la muerte. “Él nos ayudó mucho”, dice Elizabeth. “Nosotros, que somos indios, creemos en estas cosas también”.

La hija de don Mandu cuenta que el último cliente, de carne y hueso, en ser tratado, paso por ahí en 2013, un chico Tukano de 19 años. “Se emborracha, ahí no sabe lo que está haciendo, agarra la cuerda porque en el oído de él dice que escucha… Así que él escucha: ‘Anda rápido a agarrar la cuerda, que te quiero ver amarrado del cuello para que ti quedes igual que mi’. Ahí él amarró”. La madre lo vio, así colgado, y consiguió cortar la horca con un terciado. Cuando volvió en sí, el chico le suplicó a la madre para ser llevado a un curandero.

El chamán-ocelote dice haber visto personalmente al tal espíritu hace unos tres años. “Él dice que es un negro… Negro alto. Fuerte. Él dice que lo vio como a una persona, igual. Pero sólo que era bien negro. Negro, alto, bien fuerte”, describe la hija. Pregunto si el chamán-ocelote alguna vez escuchó hablar de una figura de negro que las niñas de la Maria Inês Penha decían ver, llamándolas. “Él mismo. Es él mismo. Sólo hay uno”, responde don Mandu. En el encuentro con el espíritu, el chamán le pidió que no tocase a su familia. En seguida él alertó a Ercília: “Mira, hija, vamos a esperar una semana. Dentro de una semana aquí en este pedacito de nuestro barrio va a ocurrir una muerte, porque el espíritu malo va pasá aquí”.

Una semana después, un vecino fue encontrado ahorcado, pendiendo sobre la cerca de alambre. Era el segundo de la familia en suicidarse. “Un muchacho bonito. Harlem”, dice Ercília. Con otros ahorcamientos “de familia”, don Mandu explica que el espíritu del hermano se había quedado vagando por ahí. “Eso ocurre con quien se mata así”, dice Ercília. “Ahorcado… porque de repente no es la hora de que se vayan, ¿no? Ahí ellos se quedan así, perturbando a los otros”.

Ese espíritu negro que continúa asustando a los barrios de São Gabriel es poseedor de una cuerda, un lazo y viaja por el cielo, en la narrativa del chamán. “Después él manda, él viene bajando, bajando, hasta entrar. Ahí entra aquí, después, él hala para sujetar… La cuerda viene de allá arriba”, dice don Mandu bajito, como la voz callosa le permite. “Ahí él jala”, y hace el gesto, como si fuese a agarrar una presa. El objeto que él simula usar al representar al espíritu no es ni una horca ni un lazo, sino un tipo de trilladora, urdimbre de paño que los indios usan para atrapar la pesca y la caza que se arrastran por el piso.

Armando de Lima también vio la horca. Pero el indio Tariana, padre de 15 hijos, no es  famoso como don Mandu. Prefirió mantener el secreto en familia como aprendió con el padre, chamán poderoso. Él dedicó buena parte de su juventud a aprender, pasaba las noches oyendo al padre contarle los mitos, mostrar cada una de las hierbas y los dichos de las bendiciones. Repetía las palabras hasta que se impregnaran dentro de si. Para cada mal, había una bendición correcta, decía el padre. “Van a aparecer muchas cosas también que tú no vas a entender”, decía el padre, anticipando lo que no tiene traducción en su lengua: que, en el futuro, habría suicidios por ahorcamiento.

Armando olía paricá – un polvo hecho de la semilla del árbol del mismo nombre – para hablar con los espíritus y usaba un cigarro de tabaco “antiguo” para limpiar enfermedades. E iba aprendiendo. El padre explicaba: “Muchas veces van a andar en el sueño, los espíritus te van a contar, ahí tú bendices”.

En la primera vez, vio la cuerda en un sueño. Venía –ella también, como la Cobra Canoa- de allá de Rio de Janeiro. “Yo vi mucho mucho mucho mucho mucho mucho mucho yo estaba soñando, ¿no?, soñé, tenía ya dos horquillas allá en el cielo, yo soñando, la cuerda estaba allá en Rio de Janeiro, la cuerda venía de allá, el lazo pasaba allá en cima del tejado, llegaba allá la cuerda. Ahí llamaba esa cuerda, ¿no?, yo viendo una casa así de allá de lo alto venía el lazo ahí venía tenía siempre antena, dos antenas, como antena parabólica… Ahí ella llamaba como imán, esa antena. Ahí yo veía a los niños, rodando, y gritaba, ahí él entraba allá ahí él jalaba aquella cuerda, shhh, los atrapaba. Halaba a la persona que quería”.

Armando de Lima es uno de los muchos chamanes que se valen de sus bendiciones para apaciguar la ola de suicidios que acosa a São Gabriel. Pasó a bendecir a los alcanzados por la ola de suicidios a pedido de un hermano suyo, que era profesor en la Maria Inês Penha. 
Tal vez la mayor bendición que hizo en su vida haya sido la que hizo por las pobres niñas del Inês Penha, allá en el 2006. “La cuerda se llama ojo del mal”, explica Armando. “Que tira, ¿no? Ahí él mismo se va a matar. Él decía, va a ser como cuando hacemos trampas porque en nuestra costumbre la gente hacía trampas matando peces, matando dantas y todo, halábamos la caña, colocábamos una argolla. Una cuerda”. Padre de Almerinda Ramos, el viejo tiene que constantemente entablar batallas por la vida de los propios hijos, que intentaron el suicidio.

Su secreto fue olvidado durante muchos años, después de que se mudó a la ciudad, graduando a los hijos profesores, líderes indígenas. Para recordar, fue necesario morir. Ocurrió en 2003, cuando tuvo que hacerse una cirugía en el corazón. “Sólo que yo sé mucha cosa, por eso estoy vivo. En el sueño me dijeron así, allá los espíritus: ‘Tú vas a volver porque tienes un secreto, no tienes ninguna obra montada aquí en la tierra’. Ahí en el sueño yo volví. Después comencé a trabajar, cuando estaba bueno. Después de la operación. Después de que morí”.


Hoy, para llamar su bendición, él ayuna desde la tarde anterior. Despierta a las cuatro, en el silencio de la noche en la selva, agarra el tabaco o, con suerte, la brea, cuyo humo se esparce aún más. Y comienza a rezar. “Como estaba soñando, estaba amarrado allá en Rio de Janeiro, porque allá es donde comenzaron, digamos, fue allá que comenzaron a vivir los indios , ¿no?, desde la creación. Entonces allá está amarrada esta cuerda, amarra, pasa allá para encima, llega así el lazo. Ahí yo tiro de ese lazo con mi secreto, con mi espíritu, ¿no?, enrolo… Tiro de allá, enrolo y guardo allá en el cielo ese lazo. Ahí después yo hago para que la persona, ¿no?, para la persona de cualquier una, alegría, de una alegría. La alegría son como los pájaros. Tú ya viste un ruiseñor, tú ya viste ese… Cómo se llama, japim, japim son dos, negro y rojo. Está el zorzal, está ese que habla, no sé cómo es que se llama, con nombre, ¿no?, y está ese otro, más pajarito, ¿no?, de ese tipo, con ese llegamos al espíritu de él, llama para quedarse tanto con niño y la mujer, ¿no? Ahí llamamos más… 

Usted ya vio al cacique negro, ya vio, ese gallo de la sierra, también ese pájaro grande que vive allá alto, pájaro, con ese lo llamamos con espíritu, ¿no?, poder para que nos quedemos con ellos, decir quédate con ellos en esa alegría. Después nosotros, golondrina, que encima del palo, lo llama, se queda con él, ahí después están de esos… De ese… Yo no sé cómo decir, hay… El pajarito bien pequeñito que está todo por aquí hay, ese que llama bi-chian-chian bi-chian-chian chi-chian-chian, él canta. Ahí de ese tipo, después de todo eso es el jefe mismo, padre de él, jefe, rey de todos ellos, del bosque, decía mi padre que era Jacamê. Ahí nadie más viene, él canta, grande, tu-tu-tu-tu-tu, yo no sé si tú ya oíste tu-tu-tu-tu-tu, él canta, ¿no? Ahí, con ese cuerpo de él llegamos, con esa alegría tenemos que estar. Yo rezo así, termino. Esa es mi bendición”. 


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