Aunque la genética influye en sus
preferencias, el factor socioeconómico pesa mucho más
Ilustración
de un 'Aedes aegypti', el mosquito que transmite el dengue, el Zika, la fiebre
amarilla y el chikungunya. RILSONAV PIXABAY
Buenos Aires
Para llegar de una vivienda de
Matamoros, en el norte de México a otra de Brownsville, al sur de Estados
Unidos, pueden bastar menos de cinco minutos caminando. Son dos ciudades tan
pegadas que casi podrían ser una sola. Por supuesto, comparten el mismo clima y
entre ellas tan solo está el río Bravo. En un estudio sobre dengue que se hizo en ambas, el
municipio texano tenía una incidencia del 4%; en el mexicano era siete veces
superior.
Los
mosquitos no son racistas, pero parece que entendieran de clases sociales. Las
bajas también se llevan la peor parte con sus picaduras y las enfermedades que
transmiten. La forma de almacenar agua, de tratar (o no) los residuos, el uso
de aire acondicionado son determinantes para que se críen, vivan, se
reproduzcan y alimenten en uno u otro lugar.
“El comportamiento y los factores
socioeconómicos influyen más que ningún otro en la propagación de enfermedades
causadas por vectores”, aseguraba Jaime Torres, director del departamento de
Medicina Tropical de la Universidad Central de Venezuela, en la XVIII Conferencia Internacional de
Enfermedades Infecciosas, que se ha celebrado durante los primeros días de
marzo en Buenos Aires.
En su país, por ejemplo, estudió
que las personas que viven en chabolas, o ranchos, como allí llaman a este tipo
de asentamientos informales, tienen 13 veces más probabilidades de ser
infectados por dengue que alguien que viva en un apartamento o casa. Varias
investigaciones de Torres muestran cómo la incidencia de esta enfermedad está
directamente correlacionada con los niveles de renta.
El Aedes aegypti, la especie
de mosquito que además de dengue transmite también el Zika, la fiebre amarilla
y el chikungunya vive cómodamente cuando las temperaturas rondan los 25 grados.
Y deja sus larvas en agua, así que los lugares donde se estanca tras las
lluvias, ya sea en cubos que muchas comunidades de bajos recursos usan para
almacenarla, o en neumáticos, plásticos y demás residuos, son ideales para
ellos.
La forma de almacenar
agua, de tratar (o no) los residuos, el uso de aire acondicionado son
determinantes para que los zancudos críen, vivan, se reproduzcan y alimenten
en uno u otro lugar.
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A iguales
condiciones, por supuesto, no diferencia entre clases sociales. Pero sí que lo
hace en función de otros patrones. Existen investigaciones en las que se
exponía a gemelos idénticos al insecto y recibían en promedio el mismo número
de picaduras. Sin embargo, si esto se hacía con mellizos, la cosa variaba. Las
diferencias genéticas entre las personas pueden propiciar que unas reciban más
mordeduras que otras. “Por alguna razón que desconocemos, prefieren a quienes
tienen más colesterol o esteroides en la piel.
También se decantan aquellas que
emiten más dióxido de carbono, lo que incluye a embarazadas; a quienes hacen
ejercicio, las que transpiran más; a las que producen más calor corporal; las
de grupo 0 de sangre y las que beben alcohol, especialmente cerveza”, relataba
Torres. También hay que tener en cuenta que hay individuos cuya reacción a la
saliva del insecto es mayor, así que son más conscientes de las picaduras
aunque no necesariamente les piquen más que a otras.
En su charla explicó que esta
especie de mosquito no suele desplazarse más de 50 o 100 metros, así que
utiliza los vehículos del ser humano para moverse. La fiebre amarilla, por
ejemplo llegó a América desde África con la trata de esclavos. Y ahí se fue
extendiendo por la región al mismo ritmo que se desplazaban las personas.
Porque estos zancudos son “muy leales al ser humano”, en palabras de Torres:
“Van siempre con nosotros”.
La globalización y los
desplazamientos masivos de personas por todo el mundo están produciendo que
esta especie, y también las enfermedades que transmiten, se estén expandiendo.
Esto puede incrementarse aún más con el cambio climático, ya
que las variaciones de temperaturas probablemente producirán que se adapten
mejor a lugares que ahora son demasiado fríos para ellos. También que huyan
de aquellos que se conviertan en extremadamente cálidos, ya que no soporta
mucho más de 30 grados.
Todos estos fenómenos han estado
presentes en los recientes brotes de Zika, chikungunya, dengue y fiebre
amarilla que han sufrido varios países de Latinoamérica en los últimos
años. La
propagación de esta última enfermedad en Brasil en los últimos meses,
sin embargo, se podría haber evitado. Es la única de las cuatro que cuenta con
una vacuna que la previene.
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